Les comparto la crónica con la que participé en el
Concurso Nacional de Composición Literaria sobre los Símbolos Patrios, en 2010.
“INUNDAN” ÁGUILAS CALLES DEL EDÉN
Por: Carar Olarmos
-¡Extra,
extra, águilas y serpientes gigantescas paralizan calles de la ciudaaaaad!, ¡no
se lo pieeerdaaa!, ¡entérese cómo pasóooo!, ¡por tan sólo cinco pesitoooos!
Era la
noticia del día. La población alarmada empezó a salir en busca del periódico
que explicara el inusitado evento que acaloradamente anunciaba un jovenzuelo
principiante de pregonero.
El
termómetro marcaba 40 grados en una provinciana mañana de primavera. El
“periodiquero” de El Informante fue rodeado rápidamente por curiosos que
buscaban respuestas sobre esas especies varadas en la capital.
¿Cómo llegaron?,
¿por qué están aquí?, ¿qué quieren?, ¿acaso era una profecía olmeca o maya que
anunciaba el fin del mundo? Entre dimes y presagios los habitantes de
Villahermosa digerían el suceso.
Pero no
era una maldición de los dioses, más bien era un regalo de la fantasía
artesanal. Esas gigantes águilas y serpientes que se pregonaron como reguero de
pólvora no eran sino alegorías que inundaron la capital de Tabasco, unos
alebrijes que llenaron de magia la realidad de hombres y mujeres que añoraban
su feria, una fiesta mutilada por el tiempo, abatida por una histórica
inundación y una plaga apocalíptica contagiosa de impacto mundial.
-Primero
fue la inundación, luego la influenza, ¿ahora cuál será el pretexto para no
tener feria? -recitó una mujer cuyo vestido de tirantes atraía la mirada de
muchos, no por los tirantes ni mucho menos por su belleza, sino por la redondez
de la figura que tenía a punto de explotar el entallado vestido rojo de chifón.
- Ahora
sí hay manita, este año es de feria -le dijo su vecina con voz triunfante. -Lo
leí en El Informante, la pachanga está por comenzar.
Durante
la tarde anterior, cientos de tabasqueños y de aquellos que por diversas
circunstancias viven en esta entidad, aguardaron en la Avenida Méndez para ser
testigos de la alegoría rodante que paralizó la ciudad, un desfile de carros
que forma parte de la Expo Tabasco 2010, la feria del bicentenario, ad hoc al
festejo nacional por la conmemoración del inicio de la independencia mexicana.
El
primero de los diecisiete vehículos a desfilar, representativos de igual número
de municipios, abrió paso a la desbordante alegría. La gente como hormigas se
arremolinó para admirar la belleza tricolor que cada plataforma presentaba.
El sol
del trópico quemó más la piel bronceada de los asistentes al desfile, pero eso
no importaba porque entre más prieto, más criollo, más tabasqueño, y más
mexicano. El sonido de las batucadas y los tamborileros obligaron a bailar a
todos, desprendiendo calor y olor que irradiaba adrenalina tal como un felino
que acecha a su presa.
El águila
devorando a la serpiente fue de lo más representado, junto a rostros de héroes
que contribuyeron a romper las cadenas de esclavitud de la Nueva España,
movimiento que inició una noche del 15 de septiembre de 1810.
“Tabasco
comparte su historia en la fiesta del bicentenario” fue el título de uno de los
carros que arrancó los aplausos de los asistentes y el respeto por la
representación de uno de los símbolos patrios: el escudo a través de una enorme
águila elaborada con la hoja seca del maíz, con alas en movimiento, defendiendo
a su pueblo de la serpiente, como representación de la fortaleza del pueblo
mexicano que se alzó en armas para romper con el yugo español.
-El que
viene ahí lo vi en la escuela -comentó un pequeño a su padre. -Son los aztecas
que salieron en busca del águila emplumada para fundar Tenochtitlán. En
Historia lo aprendí -gritó para ser escuchado en medio de las notas
bullangueras del carro titulado “Los herederos de Aztlán”. El niño, cual
chapulín saltaba para vitorear a la bella embajadora que representaba una
azteca, admiraba la estampa prehispánica elaborado en su mayoría de petate
Acto
seguido hizo su aparición “Las huellas de la mexicanidad”, hermanando a
Nayarit, DF y Tabasco en una alegoría que simbolizaba la salida de los aztecas
de Aztlán (hoy Isla de Mecaxtitlán, Nayarit) hacia Tenochtitlán, actual
territorio del Distrito Federal para finalizar los pasos del recorrido en el
entonces Santa María de la Victoria (primera ciudad fundada por Hernán Cortés en
el continente, y actual territorio de Villahermosa) con imponente escudo
nacional venerado por chontales tabasqueños.
“La Madre
Patria” también hizo acto de presencia a través de una tabasqueña esplendorosa
con radiante vestido blanco, custodiada por dioses mayas del sol y una
imponente águila con alas al vuelo en señal de victoria. A los costados del
carro, gigantes pergaminos daban lección de la memoria del escudo nacional:
paso a paso la conformación del símbolo, partiendo de la imagen en donde
mexicas creían que el sol, el dios que daba la luz y la vida, se convertía en
águila para salir a cazar estrellas; hasta el actual emblema nacional, pasando
por el escudo instaurado en 1823 con el águila parada en el pie izquierdo sobre
un nopal y agarrando con el derecho una culebra con actitud de despedazarla con
el pico, rodeando esta imagen una rama de laurel y otra de encino. El mural
contenía también el ave coronada por el emperador Maximiliano en 1865.
Otro más,
un carro lleno de luz y sonido que invadió los sentidos de los asistentes:
“Pasajes de mi historia” llevó por título. En él, la embajadora era el Ángel de
la Independencia rodeada de cantera donde resaltaban rostros mexicanos: el
Padre de la Patria, la Corregidora, el Siervo de la Nación, por mencionar
algunos. Sin duda, uno de los más aplaudidos.
La fila
de carros alegóricos se extendía a lo largo de toda la avenida, provocando una
alucinación visual de una serpiente emplumada como si Quetzalcóatl hubiese
apartado su lugar para estar presente en la cuna del cacao y ver las
enigmáticas águilas de la mitología mexica.
El calor
se sentía aún más por el remolino de personas que no deseaban perder detalles
de aquel desfile, que más que feria, parecía conmemoración independentista,
pero la pasión por ver a las flores del bicentenario era aun más fuerte.
Así se
desbordaba el pueblo por las calles al igual que en 2007 el Grijalva reclamó su
cauce, inundando el centro de Villahermosa. Ahora no era el majestuoso río,
sino el caudal de gente que reclama su espacio de diversión, una feria que
presenta al mundo el rostro emprendedor de Tabasco.
El manto
oscuro llegó por fin y con ello, luces de colores llovieron por la ciudad para
anunciar el final del recorrido.
Los
tabasqueños ya no estaban dispuestos a pasar en silencio una vez más, no
deseaban repetir la amarga experiencia de ver rota su feria a causa, no sólo de
la inundación, sino del AH1N1. Estaban más que locos por expandir a los cuatro
vientos la riqueza de su cultura, de ver a sus embajadoras, de entregarse a la
vida como sus antepasados les habían enseñado: con amor y pasión.
Fueron
los olmecas sus padres, los mayas sus maestros, los zoques sus hermanos. Son
los tabasqueños herederos de sangre prehispánica, que se conserva con la
cotidianeidad de los chontales, y eso precisamente, es lo que desean expresar a
todo el mundo a través de su fiesta del bicentenario.
Será el
escudo nacional la puerta de entrada a un recinto donde miles de personas
disfrutarán de la maravilla del trópico, de la exuberante riqueza natural que
encerrará la historia de un país que empezó a escribir su destino desde que los
chichimecas recibieron la orden de buscar eso que hoy nos representa: un águila
parada sobre un nopal devorando una serpiente, y que hoy, a pocos meses de
llegar la fiesta del bicentenario, se prepara con bríos para reforzar la huella
que ha quedado en la Historia Universal.
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