lunes, 24 de septiembre de 2012

VOCES Y LATIDOS


SACIAR DE PLACER

Explosión de feromonas en mi piel
deseando en mis brazos tener
aquel rostro con ojos de miel
que buscan refugio al amanecer.

Quiero saciar de placer
con locura de cascabel
tu blanco cuerpo encender,
sin motivos de serte infiel.


VOCES Y LATIDOS

BOCA COMPARTIDA


Tengo cansada mi alma de tanta plegaria mandar
buscando en cada momento tu imagen encontrar.
He secado mis ojos por tanto tu nombre gritar
volviéndome loco imaginando tus labios besar.

Sé que otro se ha convertido en tu diario vivir
a quien le has dado la suerte de verte sonreír.
No me importa ver tu boca con él compartir,
pues eso prefiero a tener que partir.

Dime qué debo hacer para estar a tu lado,
tener la fortuna por haberte encontrado.
No quiero morirme sin haberte amado,
menos olvidar lo mucho que te he entregado.

Seré yo el romántico Acuña, 
aquel que murió por Rosario.
Seré yo el nuevo suicida,
aquel con el dolor solitario.  



domingo, 2 de septiembre de 2012

VOCES Y LATIDOS


Esta es la historia con la que participé en el Concurso Nacional de Composición Literaria sobre los Símbolos Patrios, en 2012.
  
DECIDÍ VOLAR
Carar Olarmos
-Abanderada un paso al frente, ¡ya!
Lunes 22 de octubre de 2007. Todos estábamos formados en el homenaje.
-Cubrir abanderada, ¡ya!
Mi escuela se llama “Aureliano Colorado Calles”. Yo, por ser de los más altos, estaba al final de la formación.
-Paso redoblado, ¡ya!
Silencio eminente frente al paso de la escolta. Estaba en quinto grado y mi mente volaba: el próximo año seré yo el comandante.
-Alto, ¡ya!
En pocos minutos uní mi voz en el Himno Nacional, y con ello volé más: iría a  las Olimpiadas representando a mi país, y vería mi Bandera ondear en lo más alto al ganar la medalla de oro. Eran parte de mis sueños, eran motivos para creer…eran sencillamente, pasos para madurar.
Acababa de cumplir 10 años. Nací en septiembre en un rincón de Tabasco, en Huimanguillo, municipio que alberga la histórica zona de La Venta, asentamiento olmeca reconocido a nivel mundial. Ahí están mis raíces, mi herencia familiar, mi esencia como mexicano.
Terminó el homenaje y nos dirigimos a clases. Todo pintaba para ser una semana sin contratiempos, en una ciudad en que no ocurren cosas extraordinarias, más allá del vaivén de la gente cuya cotidianeidad no es hecho periodístico para ser escenario de los medios de comunicación. Deseaba que pasara algo para que por fin estuviéramos en primeras planas de los periódicos, o mínimo, que lo mencionaran en los cortos noticiosos de la radio.
Por eso me propuse dar motivos para que las cámaras voltearan a ver este espacio geográfico. Y qué mejor que aprovechar mis habilidades en Tae Kwon Do para destacar a como lo han hecho los grandes en eventos internacionales.
Se esperaban lluvias. Era temporada y tal como lo decía mi abuela, “el agua no falla, somos privilegiados por Tláloc”. Estamos acostumbrados a que llueva mucho y a que las calles se encharquen por la ineficiencia del drenaje, del que yo he contribuido al dejar basura por doquier.
Ya era viernes… cinco días más y estaríamos en el “puente” del Día de Muertos. Lo esperaba con ansias porque haría un trabajo fotográfico para la materia de Historia, relacionado con ese festejo mexicano.
Quería todo: ser el comandante de la escolta, ganar la medalla de oro en unas olimpiadas, que mi ciudad apareciera en primera plana de los periódicos, hacer mi trabajo visual…todo. Soñaba, y no era para más, todavía era un niño a punto de entrar a la pubertad. No imaginaba que daría un giro de 360 grados.
Domingo 28 de octubre de 2007. Tal como se esperaba la lluvia hacía su aparición. Alrededor de la una de la tarde todos estábamos encerrados. Llovía, llovía y llovía. Me gustaba ver llover porque la tierra desprendía un rico olor y el cielo se tornada oscuro, como llenando de melancolía el lugar. Ahhh, esos días tan mágicos, tan agradables, junto a mi taza de café negro al pie de la ventana.
De pronto interrumpieron la transmisión cotidiana del canal local. Dieron aviso de la suspensión de clases, y de una posible inundación de seguir con las intensas precipitaciones en Chiapas y Tabasco. Mi abuela recordó lo que sucedió por allá de los 50, y mamá, lo que vivió en 1999: el río Grijalva, que rodea a la capital de Tabasco, desbordó, provocando numerosas pérdidas materiales. Pero eso pasó en Villahermosa, no en Huimanguillo, así que nunca imaginé que pronto ocurriría.
Aproveché la tarde para practicar mis formas de TKD, y el tiempo pasó acompañado del sonido del agua. Esa noche dormí plácidamente como si fuese la última llena de tranquilidad.
Y sí, al día siguiente la alarma se apoderaba de la gente: cientos de tabasqueños estaban en el agua, los noticieros transmitían las múltiples zonas que sucumbían ante el fenómeno natural, y los llamados de auxilio de la población se multiplicaban.
Ese lunes no hubo homenaje pero sí plegarias para que dejara de llover. El pánico llegó a Huimanguillo porque también ¡se estaba inundando! No podía creer esas imágenes en televisión: mi ciudad estaba reflejada en las cámaras de reporteros que caminaban en busca de la noticia.
Si a Villahermosa lo rodea el Grijalva, a nosotros nos baña el Mezcalapa. Entonces empecé a dar crédito que sí era posible que nos fuéramos al agua porque Tláloc no cesaba, ¿qué habíamos hecho para desatar su furia?
La tarde del 29 de octubre fue aterradora porque las casas de mis vecinos poco a poco se llenaron de agua, y la mía empezó a poblarse al darles refugio. Inició la batalla contra el tiempo, a subir las cosas a la segunda planta porque de seguir con la tormenta no tardaríamos mucho en estar nadando. Fue así que las manos se unieron para proteger lo más que se pudiera, y estar al tanto de los cortes informativos para seguir las sugerencias de Protección Civil.
La noche fue larga, húmeda, triste…como aquella en donde el Sol se apaga ante la fuerza de la Luna y cae eclipsado, rendido, agotado. Así sentía el ambiente en casa, así percibía el olor, así distinguía el color, así reconocí el sabor. Me tocó ser testigo del dolor, y por primera vez, ceder contra el poder natural.
Y sucedió lo que se temía: el Grijalva y el Mezcalapa salieron de su cauce, el primero inundando Villahermosa, y el segundo, a Huimanguillo. A nivel nacional se veía el apocalipsis para esta región y mis ojos se sorprendieron ver largas filas de personas cruzando a pie los diversos puentes de la capital, y la inmensa fila de coches queriendo salir. El estado era ya zona de desastre y la milicia empezó a llegar con su plan DN-III-E.
Quedamos incomunicados, y mi casa, al igual que las demás, eran presas del agua. El cielo del edén ya no era el mismo: su enojo se traducía a lágrimas incesantes, como queriendo cobrar facturas pendientes. Y no era para menos, habíamos alterado al manto hídrico que nos dio cabida para asentar la nueva civilización, tal como los Olmecas lo hicieron miles de años atrás.
Mamá logró guardar los documentos básicos de identificación para refugiarnos junto a los vecinos, en la azotea de la casa. No teníamos comida, y paradójicamente, el agua se acababa. Empecé a tomar fotografías con mi pequeña cámara para guardar esos momentos en que parecía una historia de terror. Sabía que esa historia terminaría, no sé cuándo, pero terminaría porque finalmente el Sol vuelve a nacer.   
Llegó 31 de octubre después de otra noche lluviosa. Había logrado dormir acurrucado en brazos de mi abuela. Ese día llegaron por nosotros a nuestro rescate. Helicópteros volaban de un lado a otro en busca de damnificados, y veía cómo personas eran rescatadas hasta que nos tocó.
El sonido era imponente y el viento más. Las águilas de acero retumbaban en mis oídos y vi descender a los militares que nos auxiliaron. A mi abuela y a otras personas mayores las subieron y se las llevaron. Después vinieron por mis vecinos más pequeños, y después me tocó a mí, confiando en que la separación momentánea de mamá seria para estar a salvo. Fue así que me tocó volar, por primera vez, en medio del agua, e imaginé que lo repetiría, pero en otras condiciones: cruzando lo mares hacia una competencia olímpica para darle gloria a mi país, a como los militares lo estaban haciendo al estar rescatándonos.
Mis ojos eran testigos de cómo el agua arrasa todo a su paso si no se le respeta, y cómo las fortalezas caen rendidas a su cauce. Éramos hijos del agua y debíamos respetar su naturaleza. Si sabíamos que el agua es nuestra aliada, ¿por qué despertar su furia?, era un llamado a reconocer su grandeza.
Me llevaron a uno de los cientos de albergues que se acondicionaron en la entidad. Vi mucha gente llorar, y no era para menos si lo habían perdido todo o casi todo. Yo lo único que deseaba en ese momento era ver a mamá junto a mí, y ver a mi abuela a salvo. Dos horas después lo estábamos, protegidos por la milicia y recibiendo ayuda que llegaba sin cesar de parte de la solidaridad mundial.
Entonces comprendí que somos nada, que en un abrir y cerrar de ojos todo cambia. No tenía caso buscar el origen del problema cuando en ese momento lo que importaba era rescatar la vida. Ese día empecé a reconocer mi historia y surgió en mí la necesidad de reescribirla para hacerla diferente.
El drama aumentó en aquel refugio ante la espalda de la suerte. La separación había sido eminente y la confusión provocaba locuras que parecían no tener fin. Llantos por doquier saturaron la audición y sólo tuve que mirar hacia arriba para pedir tranquilidad en medio de la pesadilla. Tal vez era egoísta pero necesitaba serlo porque de no ser así, sería un esquizofrénico más.
Así pasaron los días, así viví la crudeza del “Día de Muertos” en un cementerio viviente. No requería mejor escenario que aquel para mi fotorreportaje.
Montaron escuelitas en el albergue y gustoso colaboré con los voluntarios. El lunes 5 de noviembre se hizo homenaje, y me tocó a mí ser el comandante, el preámbulo de lo que sería un año después.
Oficialmente la inundación terminó el 15 de diciembre de 2007 pero su impacto permanece. Se ha catalogado el peor desastre que ha vivido el sureste mexicano.
Parte del tiempo perdido por la suspensión de clases se recuperó el asistir los sábados a la escuela. Mis notas siguieron siendo excelentes, lo que me permitió formar parte de la escolta y con ello, lograr mi primer objetivo.
Ahora en 2012, a pocos meses de que se cumplan cinco años de la gran inundación, me encuentro en el primer año del bachiller. Estoy por llegar a los 15 años y mantengo vigente la idea de ser el mejor en TKD para representar a mi país. Así como un día volé con la fuerza de un helicóptero que acudió a mi rescate, así volaré para estar en medio del Do Jang defendiendo los colores de mi Bandera, y la veré ondear nuevamente en lo más alto mientras las notas del Himno Nacional sonorizan mis sentidos.
El pasado puede resultar trágico pero está en mí convertirlo en positivo. Si el agua tuvo la fuerza para reclamar lo que se le ha robado, así lo tengo yo para cumplir con mis objetivos. Estoy haciendo la parte que me corresponde y sé que la recompensa llegará.



VOCES Y LATIDOS


Les comparto la crónica con la que participé en el Concurso Nacional de Composición Literaria sobre los Símbolos Patrios, en 2010.

  
“INUNDAN” ÁGUILAS CALLES DEL EDÉN
Por: Carar Olarmos
-¡Extra, extra, águilas y serpientes gigantescas paralizan calles de la ciudaaaaad!, ¡no se lo pieeerdaaa!, ¡entérese cómo pasóooo!, ¡por tan sólo cinco pesitoooos!
Era la noticia del día. La población alarmada empezó a salir en busca del periódico que explicara el inusitado evento que acaloradamente anunciaba un jovenzuelo principiante de pregonero.
El termómetro marcaba 40 grados en una provinciana mañana de primavera. El “periodiquero” de El Informante fue rodeado rápidamente por curiosos que buscaban respuestas sobre esas especies varadas en la capital.
¿Cómo llegaron?, ¿por qué están aquí?, ¿qué quieren?, ¿acaso era una profecía olmeca o maya que anunciaba el fin del mundo? Entre dimes y presagios los habitantes de Villahermosa digerían el suceso.
Pero no era una maldición de los dioses, más bien era un regalo de la fantasía artesanal. Esas gigantes águilas y serpientes que se pregonaron como reguero de pólvora no eran sino alegorías que inundaron la capital de Tabasco, unos alebrijes que llenaron de magia la realidad de hombres y mujeres que añoraban su feria, una fiesta mutilada por el tiempo, abatida por una histórica inundación y una plaga apocalíptica contagiosa de impacto mundial.
-Primero fue la inundación, luego la influenza, ¿ahora cuál será el pretexto para no tener feria? -recitó una mujer cuyo vestido de tirantes atraía la mirada de muchos, no por los tirantes ni mucho menos por su belleza, sino por la redondez de la figura que tenía a punto de explotar el entallado vestido rojo de chifón.
- Ahora sí hay manita, este año es de feria -le dijo su vecina con voz triunfante. -Lo leí en El Informante, la pachanga está por comenzar.
Durante la tarde anterior, cientos de tabasqueños y de aquellos que por diversas circunstancias viven en esta entidad, aguardaron en la Avenida Méndez para ser testigos de la alegoría rodante que paralizó la ciudad, un desfile de carros que forma parte de la Expo Tabasco 2010, la feria del bicentenario, ad hoc al festejo nacional por la conmemoración del inicio de la independencia mexicana.
El primero de los diecisiete vehículos a desfilar, representativos de igual número de municipios, abrió paso a la desbordante alegría. La gente como hormigas se arremolinó para admirar la belleza tricolor que cada plataforma presentaba.
El sol del trópico quemó más la piel bronceada de los asistentes al desfile, pero eso no importaba porque entre más prieto, más criollo, más tabasqueño, y más mexicano. El sonido de las batucadas y los tamborileros obligaron a bailar a todos, desprendiendo calor y olor que irradiaba adrenalina tal como un felino que acecha a su presa.
El águila devorando a la serpiente fue de lo más representado, junto a rostros de héroes que contribuyeron a romper las cadenas de esclavitud de la Nueva España, movimiento que inició una noche del 15 de septiembre de 1810.
“Tabasco comparte su historia en la fiesta del bicentenario” fue el título de uno de los carros que arrancó los aplausos de los asistentes y el respeto por la representación de uno de los símbolos patrios: el escudo a través de una enorme águila elaborada con la hoja seca del maíz, con alas en movimiento, defendiendo a su pueblo de la serpiente, como representación de la fortaleza del pueblo mexicano que se alzó en armas para romper con el yugo español.
-El que viene ahí lo vi en la escuela -comentó un pequeño a su padre. -Son los aztecas que salieron en busca del águila emplumada para fundar Tenochtitlán. En Historia lo aprendí -gritó para ser escuchado en medio de las notas bullangueras del carro titulado “Los herederos de Aztlán”. El niño, cual chapulín saltaba para vitorear a la bella embajadora que representaba una azteca, admiraba la estampa prehispánica elaborado en su mayoría de petate
Acto seguido hizo su aparición “Las huellas de la mexicanidad”, hermanando a Nayarit, DF y Tabasco en una alegoría que simbolizaba la salida de los aztecas de Aztlán (hoy Isla de Mecaxtitlán, Nayarit) hacia Tenochtitlán, actual territorio del Distrito Federal para finalizar los pasos del recorrido en el entonces Santa María de la Victoria (primera ciudad fundada por Hernán Cortés en el continente, y actual territorio de Villahermosa) con imponente escudo nacional venerado por chontales tabasqueños.
“La Madre Patria” también hizo acto de presencia a través de una tabasqueña esplendorosa con radiante vestido blanco, custodiada por dioses mayas del sol y una imponente águila con alas al vuelo en señal de victoria. A los costados del carro, gigantes pergaminos daban lección de la memoria del escudo nacional: paso a paso la conformación del símbolo, partiendo de la imagen en donde mexicas creían que el sol, el dios que daba la luz y la vida, se convertía en águila para salir a cazar estrellas; hasta el actual emblema nacional, pasando por el escudo instaurado en 1823 con el águila parada en el pie izquierdo sobre un nopal y agarrando con el derecho una culebra con actitud de despedazarla con el pico, rodeando esta imagen una rama de laurel y otra de encino. El mural contenía también el ave coronada por el emperador Maximiliano en 1865.
Otro más, un carro lleno de luz y sonido que invadió los sentidos de los asistentes: “Pasajes de mi historia” llevó por título. En él, la embajadora era el Ángel de la Independencia rodeada de cantera donde resaltaban rostros mexicanos: el Padre de la Patria, la Corregidora, el Siervo de la Nación, por mencionar algunos. Sin duda, uno de los más aplaudidos.
La fila de carros alegóricos se extendía a lo largo de toda la avenida, provocando una alucinación visual de una serpiente emplumada como si Quetzalcóatl hubiese apartado su lugar para estar presente en la cuna del cacao y ver las enigmáticas águilas de la mitología mexica.
El calor se sentía aún más por el remolino de personas que no deseaban perder detalles de aquel desfile, que más que feria, parecía conmemoración independentista, pero la pasión por ver a las flores del bicentenario era aun más fuerte.
Así se desbordaba el pueblo por las calles al igual que en 2007 el Grijalva reclamó su cauce, inundando el centro de Villahermosa. Ahora no era el majestuoso río, sino el caudal de gente que reclama su espacio de diversión, una feria que presenta al mundo el rostro emprendedor de Tabasco.
El manto oscuro llegó por fin y con ello, luces de colores llovieron por la ciudad para anunciar el final del recorrido.
Los tabasqueños ya no estaban dispuestos a pasar en silencio una vez más, no deseaban repetir la amarga experiencia de ver rota su feria a causa, no sólo de la inundación, sino del AH1N1. Estaban más que locos por expandir a los cuatro vientos la riqueza de su cultura, de ver a sus embajadoras, de entregarse a la vida como sus antepasados les habían enseñado: con amor y pasión.
Fueron los olmecas sus padres, los mayas sus maestros, los zoques sus hermanos. Son los tabasqueños herederos de sangre prehispánica, que se conserva con la cotidianeidad de los chontales, y eso precisamente, es lo que desean expresar a todo el mundo a través de su fiesta del bicentenario.
Será el escudo nacional la puerta de entrada a un recinto donde miles de personas disfrutarán de la maravilla del trópico, de la exuberante riqueza natural que encerrará la historia de un país que empezó a escribir su destino desde que los chichimecas recibieron la orden de buscar eso que hoy nos representa: un águila parada sobre un nopal devorando una serpiente, y que hoy, a pocos meses de llegar la fiesta del bicentenario, se prepara con bríos para reforzar la huella que ha quedado en la Historia Universal.