viernes, 20 de mayo de 2011

VOCES Y LATIDOS

¡Terminada! Por fin la versión completa de la historia que he decidido compartir. Ojalá la lean para que me escriban sus comentarios. Recuerden que mi idea es publicar un libro con la historia y los poemas. Sus puntos de vista son importantes para mejorar el contenido.


OCULTO EXCITANTE


I
Todo comenzó en enero, con un beso necesitado. Las miradas simuladas escondían intenciones pero el deseo impulsó las emociones. Te acercaste, me acerqué. Nos miramos, sonreímos. Tu cara era espejo de una ilusión que se desbordaba.
-Tengo algo qué decirte.
-Yo también tengo algo qué decirte. –Te contesté.
-Dilo entonces.
-No, dilo tú primero.
-No, tú, dilo.
-No la quiero regar contigo. Pero me gustas mucho.
Un beso selló esa declaración. Un desbordamiento hizo que nuestros cuerpos desataran feromonas, y como imán, acercarnos cada vez más hasta llegar a una sola silueta.
-Estaba seguro que vendrías, sabía que vendrías- me dijiste.  –Te esperaba.
-Era mi necesidad verte -te respondí. 
Un toque a la puerta rompió el sueño. Nos separamos de un beso placentero. La emoción ganada en esa madrugada poco a poco se esfumaba.
Sabía que ir a tu casa, como respuesta a la invitación de tu fiesta de cumpleaños, sería algo común, pero el haber salido de mi casa, a las 10 de la noche, tomar carretera y circular tres horas en medio de la oscuridad, era una locura. Una locura porque me enfrenté a mis miedos: a circular entre la neblina, en caminos destrozados, y llegar a un lugar que no conocía. Sólo te conocía a ti, y eso me motivaba. Sólo quise dar respuesta a tus palabras: -Yo lo esperaba, -me dijiste en el teléfono cuando te hablé para disculparme que no iría, y el hecho de escuchar que me esperabas, sentí que algo padre se acercaba.
En el camino escuché “Lo mejor de mi vida eres tú”. Lo sentí como una señal. Desde entonces, esa canción me recuerda el camino hacia ti, hacia tu hermoso lugar, hacia tu mágico Tapilula.
Llegué y te busqué, te encontré. Estabas ahí, de negro. Entre amigos reías y bailabas. De reojo te veía, y seguramente tú hacías lo mismo. El tiempo pasó, me divertí a lo grande, pero lo más excitante fue ese acercamiento que al final selló el inicio de una aventura, de una relación subterránea, de una pasión a escondidas.
Nos besamos intensamente, empezaste a tocar, y me atreví, por vez primera, a sentir el correr de la libido. Tus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, yo hice lo mismo. La limitante que nos separó de ese momento congeló la emoción, por lo que tuvimos que regresar a la realidad: el mentor frente a su discípulo, el invitado frente al festejado.
La luz del día hacía su aparición. Me invitaste a desayunar a tu casa, tus papás ya lo tenían previsto, pero una salida inoportuna me obligó a regresar. Entonces empecé a reclamarme porqué tenía que irme cuando mi instinto me gritaba que me quedara. Tú ya no querías que estuviera y me despediste: -Te veo el próximo lunes, como quedamos.
Te di de nueva cuenta un beso. Me lo respondiste. Hacerlo a escondidas resultaba excitante.
Tomé mi coche amarillo y en carretera “me dormí” soñando en ti.

II
Llegué a Villahermosa, mi ciudad, después de un largo andar. Ya era domingo. En casa me cambié, recordé lo vivido hacía pocas horas, de nueva cuenta tomé el coche y partí hacia Huimanguillo, dispuesto a visitar a mis papás.
El recorrido se tornó cansado: el sol impactaba mi piel y la fuerza de Morfeo hacía que mis ojos cayeran lentamente. Logré llegar a casa conteniendo mi conciencia hasta que por fin, celular en mano, te mandé un mensaje que contestaste a la hora. Ya tranquilo, dejé que el sueño se apoderara de mi existencia.
Al despertar, lo hice en Villahermosa, lugar que por cuestiones de trabajo me había acogido para residir desde hacía 10 años. Esperaba que fuera lunes para verte tal como habíamos quedado. ¿Por qué nos teníamos que ver? Porque aceptaste mi invitación para ser uno de los sujetos de investigación de mi tesis, trabajo que hacía para convertirme en psicólogo.
Las horas pasaron, los días también. Llegó el momento de esperarte y puntual a mi cita, acudí a la biblioteca de la universidad, contando ansiosamente los segundos. Cronos se apoderó de mi angustia y me castigó con el tic tac del reloj para luego reflejar mi tristeza de no verte llegar. Te mandé mensaje y después tú me llamaste, pero mi necesidad de verte me impidió escuchar tu alarma y te esfumaste. Opté por marcarte y mi corazón palpitó con fuerza al escucharte. Me pediste disculpa por no asistir pero un contratiempo te lo había impedido. De pronto la llamada se cortó…¡había gastado tu crédito! Estabas en Tapilula contestando con tu número registrado en mi ciudad. Por eso te mandé saldo pero en eso, un número me marcaba…¡Me estabas llamando desde tu casa!
-¿Podrás venir mañana? –Te pregunté.
-No sé, no creo.
-¿Qué te lo impide? Necesito verte, platicar sobre lo que pasó.
-Yo también quiero platicar sobre eso. Pero no sé cuándo ir.

Ansiosamente quería que dijeras que vendrías ese mismo día. Logré convencerte para que al día siguiente estuvieras aquí.
-Quedamos mañana. Como a las 10 llegaré –me dijiste –Te espero.
-Claro, mañana en cuanto me desocupe te marco y paso donde estés.
Finalmente tendría que esperar un día más para verte. Ese día llegó y con toda emoción pasé por ti.
-Era mi necesidad verte –le dije.

Su cara sonrojó. Y no era para más si le había lanzado un halago. Su tez blanca y cabello castaño claro me hacían vibrar. Su voz me emocionaba más, y su olor, ese olor a Play, me volvía loco. 
-Qué rico hueles.
-Debe ser mi perfume.
-¿Cuál usas?
-El Play.
Desde entonces, cada que te decía lo rico que olías, te afirmaba: -debe ser el Play.
Ese martes comimos juntos, fuimos a mi casa y platicamos. Retomamos el tema del día de la fiesta y entonces, nuestros cuerpos se excitaron.
-Quiero darte un beso –le comenté. –¿Te puedo dar un beso?
Con una sonrisa me respondiste: -No pidas permiso, actúa.
De nueva cuenta nuestros cuerpos se juntaron, sellando un deseo con besos apasionados. Poco a poco la emoción se apoderó de nosotros y dimos rienda suelta a nuestra lujuria.
Caricias por doquier. Te besé cual animal marca su territorio. Eso fue lo que hice contigo, marcarte con mis besos.
Las horas pasaron y llegó el momento de la partida. Tenías que regresar a Tapilula y el autobús saldría a las 10 de la noche. Entonces nos acomodamos y descubrimos que mi marca estaba en ti y que la tuya estaba en mí. Era mágico saber que los dos habíamos sellado la necesidad del placer. El comienzo estaba caminando. No fue necesario llegar a la entrega total pero sí a la entrega parcial, aquella que aun con ropa, la piel se erizaba al sentir los húmedos labios.
Te llevé a la terminal. Esperé a que anunciaran tu corrida. Entonces me dijiste que no estabas seguro de lo que hacías, que no deseabas ilusionarme, mucho menos lastimarme. Entonces descubrí que existía la posibilidad de que todo fuera una fantasía y no una realidad. Demasiado bello para ser real, pensé, pero no me importaba porque yo quería saborear eso que muchos llaman amor. Sencillamente quería arriesgar.
Quedamos en vernos el próximo martes, iniciando con ello el día especial para nuestro palpitar. Sin planearlo, el martes se convertiría en nuestro día especial.
Te pedí que cuando llegaras a tu casa me mandaras mensaje para saber que habías llegado bien. Me dijiste que sí y después de un abrazo, finalmente partiste.
Pasaron las horas y yo en vela esperaba tu respuesta. Llegó y me dijiste: “Llegué a casa sano y salvo. Je, con muchas chupadas, je, je. Que descanses”. Te respondí con emoción y tu silencio me anestesió. El primer encuentro había concluido.
La noche se apoderó de mí y en su manto estrellado “acaricié tu piel”.

III
El transcurrir de la semana resultó lento, lento. Todos los días contaba las horas para que pasaran rápido y acortar la distancia entre nosotros. Ese fin de semana estuve con amigos de la universidad, tomando cervezas para apaciguar el calor del sábado por la noche. En un instante me desaparecí y fui al amarillo, al Ibiza que se había convertido en mudo testigo de esta historia. Coloqué el disco de José José y Emmanuel, y entonces te marqué. Deseaba que escucharas el fondo musical mientras platicaba contigo.
Tu celular sonó y no contestaste. En pocos minutos me avisaste que te marcara en 15 minutos pues estabas con tu mamá enseñándole a manejar. Esperé ansiosamente hasta que por fin nos conectamos. Platicamos y eso le dio sabor a mi estancia. Con una Negra Modelo en mano brindé por tus 22 años y semanas, y te dije que no importaba la fecha para celebrar un cumpleaños, que era importante festejar a diario por la vida. Me pediste que me cuidara y que manejara con precaución. Quedamos en vernos el próximo martes, y la llamada se cortó. ¡De nueva cuenta había gastado tu crédito!
Te mandé mensaje diciéndote que tu existencia le daba un nuevo sentido a la mía y que mi corazón latía intensamente con el sólo saber que estabas. Pero tú volviste a controlar la emoción recordándome que no permitiera que mi corazón se lastimara, que sólo podríamos ser amigos.
Esa noche pasó, así como la del domingo y la del lunes hasta que por fin…¡martes! Pasé por ti a donde me indicaste, comimos juntos y después, nos lanzamos a nuestro refugio.
Mi departamento se estaba convirtiendo en eso, en el refugio para ocultarnos, para conocernos, para empatarnos. Fue ahí donde te dije que había escrito cosas para ti y que te las leerías. Tú me dijiste que también habías escrito cosas para mí pero que no me las leerías.
Y fue así que te leí mis emociones convertidos en pensamientos, y entre ellas, la canción que te dediqué (“Mientras llueve”, en la voz de José José):

Verte era mi necesidad…me gusta tu transparencia, tú, así como eres, tu voz, tu forma de hablar.
Sabía que vendrías, yo sabía que estarías aquí.

Que no te gane la emoción pero que no te detenga la razón.



17 de enero de 2011
Para ti en un momento de fantasía, no sé lo que viene pero quiero arriesgar.

Afuera está lloviendo amor
Aquí no sopla el viento, ven
Dejemos que transcurra el tiempo
En el reloj marca la seis

Sacúdete ese miedo que
Te hace temblar hasta los pies
Y olvida lo que existe afuera
Cierra tus ojos color de miel

Dame, dame de ti
Toma, toma de mí
No temas lo que venga
Tú no eres un rato que pase así
Tú eres lo que yo pretendo que vea mis días llegar al fin.

Afuera ya no llueve amor
Aquí somos uno tú y yo
Y el ruido de la lluvia cambia por el tic tac de mi reloj
 Corramos son las nueve amor,
Tu pelo todo se enredó
Los dos mirados al espejo
Y un beso tierno marca el adiós

Te vas, te vas de mí
Desde una esquina te veo partir
No temas lo que venga
Tú no eres un rato que pase así
Tú eres lo que yo pretendo que vea mis días llegar al fin.

Afuera está lloviendo amor,
Aquí no sopla el viento, ven
Dejemos que transcurra el tiempo
En el reloj marca las seis

Sacúdete ese miedo que te hace temblar hasta los pies

Las palabras sobraron porque las miradas lo decían todo: deseábamos estar uno con el otro aun cuando tú tenías controlado el discurso. Tu olor a Play me excitó.
La explosión de emociones llegó: caricias por doquier, besos al por mayor; era el éxtasis, la locura. Deseábamos más pero no lo permitimos. Todavía no era el momento, y por ello, el placer se quedó vestido, eso sí, sin camisa. Mi huella estaba en ti y la tuya en mí. Hablamos sin recato, las confesiones empezaron a fluir y compartiste conmigo un poco de tu historia. Era tu necesidad platicar, era tu necesidad ser escuchado, y fui yo quien sirvió de tribuna para empezar la liberación.
El tiempo volvió a ser cruel: el reloj marcaba la hora de tu partida. Antes de salir, te abracé apasionadamente y te dije lo mucho que te quería, te agradecí el tiempo y el espacio, y te dije que jamás olvidara que estaría ahí cada vez que lo necesitaras. 
Nos fuimos en el amarillo rumbo a la central de autobuses. La ruta estuvo tranquila, sin tanta presión porque habías ya comprado con anticipación el boleto hacia Tapilula. Sentados en la sala de espera volvimos a platicar: tu mirada quería gritarme tus emociones pero te limitaste a decir que no la querías regar.
-Siento no poder corresponderte tal como mereces. Eres especial pero no creo responder a tus expectativas…
- …No te preocupes –interrumpí-. No digas más. Sólo asegúrame que volveremos a vernos.
-Es que es lo que ya no quiero hacer, ya no quiero seguir con esto.
-No me lastimes así. Necesito de ti.
-No creo venir. Y si vengo, será el último martes para vernos.
-Como quieras, pero ven.

Entonces anunciaron tu salida y te paraste para ir rumbo al autobús. Te abracé de nuevo y te despedí. Te pedí que cuando llegaras mandaras mensaje para saber que ya habías llegado.
Ese mensaje lo esperé con ansias. La noche estaba en su esplendor y no podría conciliar el sueño hasta saber de ti. Entonces escribí:

18 de enero de 2011
Hoy te besé y desbordé en ti mi emoción,
Cascadas de pasión que marcaron tu piel,
Blanco y delgado espacio para el corazón,
Voz dulce que enloquece mi ser.

Hoy repetimos la dosis de amor
Con el que apaciguas el calor de mi cuerpo
Te tuve, me tuviste, nos tuvimos
Gracias por lo que vivimos.

Gracias por venir, gracias por tu honestidad, gracias por tu voz, gracias por tus gestos, gracias por tu tono, gracias por existir.

Finalmente controlaste mi inquietud, el mensaje sonaba en mi celular: “ya llegué y bien, de nuevo con chupadas. Que descanses”. Mi contestación también fue pícara y te incité a que durmieras con tranquilidad.
Me imaginaba las escenas estando en casa, durante la comida con tus papás, tratando de esconder esas manchas en el cuello, a la que tú pasabas como alergia. Sí, me habías contado que las anteriores las pasaste como alergia, y tu papá te lanzó un mensaje subliminal. Finalmente a él no lo podías engañar siendo hombres los dos.
Con el tatuaje de mis besos “marqué el territorio” que deseaba conquistar.

IV
La confesión estaba dada y la crueldad también. Habías puesto un límite a esta relación subterránea y no deseabas más estar aquí. Mis constantes mensajes al celular me mantuvieron presente hasta llegar el martes, nuestro día. Después de comer juntos y de estar juntos, finalmente diste el primer gran golpe: terminar.
Esperamos en el amarillo fuera del ADO tu salida. Llegamos casi una hora de anticipación porque ahora el tiempo nos había sobrado (era la señal de que las cosas empezaban a cambiar). La espera la apaciguamos con un acuerdo para ir a San Cristóbal de la Casas en un fin de semana de esos en que ya estarías en las clases regulares (inventarías en casa que tendrías que ir a Tenosique a una tarea en equipo),  y lo peor, el que me dijeras que ya no querías seguir con estos encuentros porque te hacían sentir mal.
Argumentaste que había sido un error de tu parte haberme dado alas a partir del primer beso en tu cumpleaños, aseguraste que pronto habría otra persona que en realidad mereciera y que sería mejor que tú. Ante ello te manifesté que en ese momento lo mejor para mí eras tú, que no había más que tú porque me habías hecho sentir cosas diferentes. Te dije que lo que viniera después no me importaba porque no sabía si tendría vida…sencillamente necesitaba validar lo que en esos momentos estaba sucediendo.
Por más que busqué formas para hacerte reflexionar sobre lo padre que estaba sucediendo, finalmente dijiste no. Entonces entendí que lo padre sólo había sido para mí y que para ti había sido un experimento y ya. Quedamos como amigos y que seguiríamos en contacto. Bajamos del coche y te acompañé a tomar el autobús. En la sala de espera te abracé de nuevo y te pedí lo de siempre: que me enviaras mensaje cuando llegaras. Al verte partir, me lancé a mi coche y desde ahí esperé a que el autobús pasara para desearte buen viaje. Entonces el infierno empezó a salir.
Llegué a casa con lágrimas en los ojos y el insomnio se apoderó de mí. No logré conciliar el sueño y aun cuando tu mensaje llegó para decirme que ya habías llegado y que me deseabas lo mejor, Morfeo se negaba a llegar. Leía una y otra vez tus mensajes almacenados, recordaba una y otra vez aquella ocasión en que nos besamos, y me preguntaba qué había hecho mal para que tú tomaras esa decisión. Las dudas empezaron a clavarse en mis pensamientos y desde entonces empecé a desvanecerme.
Me puse a leer lo que durante la semana había escrito:

19 de enero de 2011
Te extrañé y te mandé mensajes. Me contestaste. Estoy dispuesto a ser lo que tú quieras que sea, estoy dispuesto a disfrutar esta locura que enaltece.
Gozaré contigo, por ti y por mí. Disfrutaré tu presencia y aceptaré tu decisión.
¡Dios! Dame calma, paciencia, ternura. ¡Dios! Sabes que siempre he esperado este momento.


22 de enero de 2011
La lluvia me acaricia lentamente
despertando la nostalgia del ayer
tu imagen aparece rápidamente
alegrando la esencia de mi ser.


23 de enero de 2011
Escucharte fue mágico, tu tono llenó de luz mi existir
Mi latir tiene un nuevo sonido con el eco de tu ser
Tu transparencia suaviza el invierno que me atrapa
Convirtiendo el tiempo en plegarias para volver a ti.

Me pides que cuide esos latidos, yo simplemente lo quiero sentir
Deseo dejar correr la emoción porque me hace sentir vivo
Sabiendo que estarás ahí, en el justo momento en que vengas
Para llenarme de sonrisas, de alegrías y de espíritu tuyo.


24 de enero de 2011
Ayer extrañé leerte. Hoy mi mente da vuelta sin cesar y todo se dirige hacia ti. Por más que hago no puedo evitar tu imagen visual y auditiva. Estás en mí, aquí te tengo. Este tonto corazón que late y se emociona con sólo saber que existes. Perdóname si te quiero pero qué puedo hacer frente a una persona especial. Sería pecado no quererte.
Tengo motivos para estar genial pero me encuentro en medio del conflicto entre la razón y el corazón, buscando respuestas y evitando que el tiempo haga lo que tenga que hacer. Dios, dame paciencia, mándame las señales. No tengo miedo de pedirte porque sé que enviarás lo que necesito en estos momentos. Sabes lo que es y estoy dispuesto aceptar tu voluntad.

Leía una y otra vez, finalmente dormí cuestión de dos horas y el amanecer se acercó para indicarme que era momento de alistarme para trabajar.
Llegar al colegio (uno de mis centros de trabajo) fue el acabose: mi tristeza era evidente, no controlaba mi emoción y los síntomas depresivos empezaron a formar parte de mi diario vivir. Oportunidad que tenía para escribir mi sentir lo aprovechaba porque urgentemente necesitaba que la emoción saliera. Empecé a identificarme con las canciones de la radio, aquellas en las que se lloran por amor.
Mis emociones buscaban sin límites una salida y de nueva cuenta empecé a escribir mis pensamientos:

26 de enero
Ayer te tuve y poco te entregaste. Me entregué y poco tomaste. Lo disfruté, sí, pero me duele pensar que lo tuyo fue sólo estar sin sentir. Sé que sientes algo, que algo de mí está en ti pero limitas tu expresión y no lo quieres reconocer, tal vez sí lo haces pero en tu interior. Te comprendo por tu edad, y tú me comprendes también. Quedamos como amigos, tengo que aceptar que no es fácil para mí pero acepto tu decisión porque esto es de dos, dos seres que deben estar en sintonía. Sé que estás ahí, que seguiremos viéndonos, pero tendré que minimizar la emoción, la pasión. La lluvia inunda mis ojos porque tengo que ceder, y de nueva cuenta, aguantar. Le pedí a Dios que me mandara lo que necesitaba en estos momentos: me dio placer pero también realidad. Dios, acepto tu voluntad, porque si esto es lo que necesito, bien aceptado está; si es necesario que mi corazón esté en llanto, tu voluntad cumpliré. Gracias por enviármelo, porque por momentos sentí y mis latidos estuvieron ahí. Ahora mi compromiso es estar bien.


Leí en tu face lo que tú sentías frente a tanto ofrecimiento de amor, afirmando que no sabías responder a tanta pasión, que no eras el indicado, que a pesar de que tú eras mi necesidad yo no era la tuya. Eso me entristeció más.
Pero mi ilusión no estaba del todo terminado: te mandaba mensaje y tú me los contestabas. Eso me daba señal de que había algo. Y sí, cuando el semestre 2011 A inició, seguimos el contacto. Te buscaba y te encontraba, y aunque no había nada formal entre nosotros, finalmente aceptabas comer conmigo, y de vez en cuando ir al departamento en donde sólo platicábamos lo que nos ocurría. Como los martes y jueves entrabas a las seis de la mañana, te dije que iría por ti para llevarte a la universidad y después lanzarme a mi trabajo. Aceptaste y cada martes y jueves te veía por la mañana. Era un placer llevarte porque platicábamos de varias cosas, incluso hasta te llevaba el “Chiquitín” que tanto te gusta, una fruta, una “Paleta payaso”, una barra o algo que pudieras desayunar.
Nuestras salidas después de que acababan tus clases empezaron a serme emocionante porque nos veíamos en lugares donde los demás no pudieran darse cuenta de lo que pasaba. Así nuestra primera parada fue el estacionamiento de Walmart universidad, después la parada del Ayuntamiento de Centro justo frente a un HSBC, y después, la de Oxxo de la Avenida Los Ríos.
En esas salidas vespertinas y nocturnas te llevé a conocer el embarcadero de la Laguna de las Ilusiones o sencillamente recorríamos Paseo Tabasco. Cuando llegabas de Tapilula los domingos por la tarde pasaba por ti en Soriana Guayabal y de ahí nos lanzábamos por un café a cualquier Oxxo. Era genial compartir lo que había sucedido el fin de semana, y tú me contabas de ti, de tu familia, de tu sobrinita, de tus amigos. Y yo, de lo que me había pasado en el trabajo, en la uni, en el grupo, y claro, de mis sobrinos.
Ya era febrero, y sin más ni más, pensé en cómo festejarte el 14. Sabía que buscaba impresionarte con algún detalle pero la idea que tenía era algo que mis amigos dijeron que no me ayudaría en mucho. Tenía las intenciones de hacerte un espectacular con tu foto y decirte lo mucho que significabas para mí, pero era un espectacular que colocaría en la entrada de Tapilula. La idea no era mala pero colocarla en Tapilula sería la bomba. Por ello opté por otra idea: invitarte al teatro a ver “No sé si cortarme las venas o dejármelas largas” porque habías manifestado el deseo de ir.
Esperaba con ansias el 14 de febrero pero el 12 fue un día mega especial: era sábado y te invité al cine. Compramos boletos para la función de “El cisne negro”. Antes de entrar te llevé al último piso del estacionamiento de Cinépolis Europlaza y ahí platicamos un buen rato. Cuando estuvimos en el elevador para ir a la sala de exhibición, te robé un beso, un beso que respondiste con algo de temor de ser descubiertos. Yo lo disfruté al máximo, tal y como disfrutamos la historia de “El cisne negro”. Al terminar, nos lanzamos a mi departamento y de nueva cuenta, lo volvimos a ser nuestro.
Pero en esta ocasión ya no había limitantes: nos permitimos entregarnos completamente, sin tapujos, sin pecado, sin lamentos, con mucho deseo, con mucha pasión y con mucho erotismo. Finalmente había llegado el momento de conocernos tal cual somos y los dos nos unimos en cuerpo y alma.
Desnudé completo mi ser para “nadar de placer” con el olor de tu piel.


V
Para el llamado “día del amor” tenía un motivo para celebrarlo. En la semana previa busqué una manera sencilla y significativa con qué sorprenderte. Se me ocurrió comprar una caja dónde colocar varias cosas, entre ellas, boletos para ir al teatro. Sí, de la obra que tanto tenías el deseo de ver  “No sé si cortarme las venas o dejármelas largas”, que se presentaría en Villahermosa el 16.
Tú decías que los boletos ya estaban agotados, por ello mi reto fue conseguirlos a como diera lugar. Hice todo lo que me correspondió para cumplir: tenía los pases para la obra, para asistir al “Esperanza Iris”. Tenerlo en mis manos fue emocionante y me imaginé que para ti, sin dudar, lo sería.
También imprimí dos fotografías en donde aparecíamos los dos, cada uno en una viñeta. Días antes te había tomado una foto en casa en donde apareces con una mirada infantil recargando tu rostro sobre mi mesa de trabajo, por lo que esa imagen la usé para la fotografía. En la mía aparezco también en la misma pose, sólo que en otra mesa. Las fotos, obvio, tenían atrás una dedicatoria. ¿Por qué dos? Una para ti y la otra para mí.
Fue así que completé el regalo: a la caja la llené de virutas y le coloqué varios dulces. Metí tu fotografía, una tarjeta dedicada, una rosa y los boletos. Tenía el regalo con el que estaba seguro te sorprendería. En la tapa de la caja escribí nuestros nombres: Finalmente la rocié de mi perfume (Issey Miyaqui) para que te acordaras de mí.
Planeé una cena contigo, y de hecho, habíamos quedado en vernos el 14 por la tarde después de que comieras con tus amigos. Ya tenía preparado cosas: algunas de tus canciones favoritas para ponerlas durante la cena, velas y todo lo que pudiera suceder.
Llegó el ansiado 14. Al vernos por la tarde te llevé a otra parte de la Laguna de las Ilusiones, por el lado de Bosques de Villahermosa. El lugar estaba hermoso, y te dije que deseaba mostrarte lugares distintos de ese manto acuífero que identifica a mi ciudad. Después de estar en silencio por unos minutos apreciando el paisaje, te entregué la caja. Me agradeciste y la abriste. Encontraste la rosa, y te gustó tanto; luego la tarjeta, la leíste y te pedí que lo hicieras nuevamente pero ahora en voz alta. Al terminar, me miraste y me recordaste que no me emocionara. Hablé con el corazón en la mano y expresé que deseaba arriesgar. Después encontraste los dulces y finalmente los boletos, los que hicieron que tu cara se llenara de magia. ¡No lo podías creer! Tenías en tus manos los boletos…había logrado sorprenderte y eso era más que suficiente para mí. Leíste después la tapa de la caja y reíste por lo de los nombres.                                                                                                       

El silencio se apoderó de nosotros, y tus palabras empezaron a fluir sólo para agradecerme y para pedirme que no permitiera que esa emoción siguiera porque me haría daño. La plática siguió y algunas lágrimas rodaron. Yo sabía que no podía pasar más allá de ser amigos pero estaba dispuesto a seguir con tal de conquistar y de ganarme la confianza en nombre del amor.
Partimos de ahí rumbo a mi departamento. Ahí adelantamos la cena porque tú ya tenías otros planes: me dijiste que regresarías temprano a casa pero antes verías a tus amigos. Te puse las canciones que bajé para ti, y encendí la vela que había colocado improvisadamente en la tapa de una lata. Era mágico: sólo con la luz de la vela, las canciones, nuestras miradas, la caja, y el deseo escondido.
Ese día nos entregamos sin límites y las marcas en el cuerpo fueron el sello de la pasión desbordada. Ese encuentro era probablemente el último porque me dijiste que ya jamás lo volverías hacer. Yo sabía que era una frágil postura porque no podías controlar lo que internamente sentías.
Te dejé en el centro de la ciudad para reunirte con tus amigos y yo me fui a una reunión para seguir el festejo del 14 de febrero, y quedé en pasarte a buscar al día siguiente, martes, a las 5: 45 para llevarte a la universidad. Los dos con marcas enfrentamos los comentarios sin dar explicaciones.
Mi aventura terminó en la madrugada y el 15 desperté a las 6, tarde para ir por ti. Entonces te marqué y me dijiste que no me preocupara, que ya estabas cerca de la universidad, pero aun así te pedí que bajaras en una de las paradas de Ruiz Cortines, que pasaría por ti. Lo hiciste y en pocos minutos llegué. Te pedí disculpas y te llevé a la entrada de la uni. Tú sencillamente agradeciste todo pero que no era necesario haber hecho lo que hice. Finalmente mi angustia por quedarte mal se esfumó.
El día de la función teatral te vi faltando una hora de la misma. Me marcaste y yo estaba en una práctica psicológica. Te pedí me alcanzaras donde estaba y de ahí partir. Así lo hiciste y faltando media hora nos lanzamos al teatro. Nos formamos en la fila y poco a poco avanzamos para entrar. Los medios estaban ahí y cuando nos tocó entrar, nuestra imagen quedó grabada para la televisión. La obra estuvo genial, la disfrutamos al máximo, tomaste fotos y apreciamos las actuaciones. Al final, cada uno salió por puertas diferentes para unirnos en donde estaba el coche (con ello evitamos que algún conocido nos viera juntos).  
Lo curioso es que por más que escondiéramos nuestros encuentros, algo nos delataba. Fue así que en esa semana te dijeron en la uni que nos habían visto en la televisión cuando reportaron la obra de teatro. Tú explicaste que ahí coincidimos en la fila, y sin más, diste por cerrado el tema.
Dejamos que “las venas se alargaran” para seguir con el juego subterráneo del deseo.

VI
Poco a poco lo oculto dejaba su escondite, confrontando tu intención silenciosa de seguir en secreto con mi necedad de gritar al viento la emoción que nos unía. No sabías qué era: tal vez admiración, respeto, compasión, no sé, pero ahí seguías con el juego placentero, y yo, sencillamente, aprendía a conocer tus reglas.
Era como estar en la montaña rusa: llegar lentamente a lo más alto y caer cual cascada hacia lo más bajo. No entendías qué pasaba en ti porque en ocasiones sentías estar bien a mi lado, y en otras, racionalizabas al corazón para no pensar en mí. Yo en cambio funcionaba como tu antítesis pues estaba seguro de lo que hacía, por eso te llamaba, por eso te buscaba, por eso seguía regalándome para ganarte, pero creo que eso fue mi gran error.
Sin importar cuál daño estaba construyéndose, te invité a “pueblear”. Disfrutaba mi ser en carretera alimentándolo con la presencia de alguien especial. Eso eras tú, un motivo para que el corazón vibrara intensamente. Pasé por ti un domingo temprano para escaparnos a Salto de Agua, un pintoresco lugar de tu maravilloso estado. Te esperé como siempre pero en esta ocasión fue en la esquina de la iglesia de Tamulté, la colonia donde vivías con tus tíos.
Nos vimos en carretera platicando de tus amigos, de cómo les dabas sugerencias para disfrutar la vida, mientras yo me erizaba al escuchar tu voz y me excitaba al oler tu piel bañada en Play. La sutileza de tu presencia me enloquecía y soñaba con estar en ti.
El tiempo caminó y sin sentirlo llegamos a Salto de Agua, el pueblo que acobijó parte de mi infancia y que acunó mis primeras letras. ¡Era mágico estar de nuevo ahí, a casi 29 años de haber emigrado junto a mis padres al lugar que me vio nacer! Atrás quedaron las brisas mañaneras del río Tulijá, los atardeceres espectaculares rodeados de montañas, el sabor indígena del vaivén de la gente, el color de Salto de Agua…pero todo se volvió presente gracias a la frescura que regaló a mi mente el ver aquellas calles, aquella casa, aquella iglesia; ese parque, esa escuela, ese río, esas vías, ese paisaje. Todo se volvió presente al estar junto a ti en tierra chiapaneca.
Tus ojos brillaron y tu sonrisa hechizó los sentidos. Sabías de ese lugar pero no lo conocías, y al igual que yo, estabas sorprendido por la belleza rústica que nos rodeaba. Mientras caminábamos te platiqué parte de mi historia construida ahí y te mostré cada rincón que llegaba a mi recuerdo para compartirte lo feliz que había sido ahí.
Nos tomamos fotos incansablemente. Subimos a las vías del tren, que lo mismo funciona como puente, y nos atrevimos a desafiar al peligro. A más de 20 metros  sobre el nivel del mar, caminamos por los pedazos de la gastada madera que forman el carril y que precariamente coronan al imponente río Tulijá. Ahí brincamos, íbamos y veníamos con tal de congelar el mejor momento, y vaya que lo logramos porque las fotos quedaron espectaculares. Tu presencia y la mía fueron bañadas metafóricamente por el enigmático verde azulado del río.
Hacía calor. Los rayos solares sellaron en la piel la visita al reencuentro con mi infancia. Y tú, te dejaste guiar y enamorar. Al bajar del puente nos dirigimos al parque central para admirar la iglesia, el kiosko y la presencia indígena. Te invité a buscar la evidencia humana de que había vivido ahí, por lo que nos lanzamos a rastrearla sin éxito alguno.
Después nos dirigimos al río, ahora sí, a su ribera. Cuál fue mi sorpresa al no encontrar el puente de hamaca, aquel que de niño me vio correr, no así del majestuoso afluente que conservaba su paisaje. Ahí aprovechamos tres cayucos varados para disfrutar con mayor cercanía el lugar.
Al ir en búsqueda de las cascadas (que nunca conocí), la aventura se apoderó de nosotros. La angosta y destruida carretera cobró la presencia de mi amarillo, y lo obligó a parar para no arrancar, por lo menos, en ese día. La verdadera odisea empezaba: nos bajamos, checamos el coche y al ser inexpertos en cuestiones mecánicas, optamos por pedir ayuda. Dios no nos abandonó en el desolado camino porque rápidamente nos auxiliaron.
 Al no poder despertar, empujamos al amarillo, y ahí me di cuenta de tu apoyo incondicional: empujaste sin reclamar, y viviste las horas de angustia con un humor que suavizó mi evidente neurosis. Finalmente el coche se quedó enclaustrado en un rincón de Salto de Agua mientras nosotros regresábamos a la ciudad parados en un autobús, comentando la anécdota.
-Tenemos que regresar, -dijiste-.
-Claro que vamos a regresar, -te respondí.
Estaba seguro que algún día regresaríamos a conocer esas cascadas, y sé que algún día regresaremos.
Al llegar a la central camionera nos vieron bajar del autobús y te encontraste con aquella persona de la universidad que se extrañó encontrarte ahí junto al profesor. Yo seguí de largo, evadiendo la mirada, pero tú te quedaste para platicar y justificar que estábamos juntos por un trabajo de campo. ¡Vaya que tenías argumento para evitar cualquier comentario respecto a nuestro encuentro!
Te pedí me acompañaras a mi casa para que me ayudaras a cambiar un fusible. Casi obligado aceptaste y en poco tiempo estábamos en casa. Cuando el departamento tuvo luz, platicamos un rato y te despediste. Tenías que llegar a casa porque deseabas ver la entrega del Oscar, y más ver el triunfo de Natalie Portman, la actriz que te embrujó con El Cisne Negro.
Al acompañarte a la parada me atreví a pedirte un beso, me lo negaste. Te lo volví a pedir y recibí otra negativa. Fue entonces que me dijiste que era la última vez que vendrías a mi casa porque habías decidido a no seguir más con este oculto excitante. Te insistí y me pediste que no rogara, me recordaste que no debo pedir permiso pero era demasiado tarde para aplicarlo contigo, por lo que me quedé con las ganas de bañar tus labios con el caudal de mis deseos.
Al día siguiente tuve que regresar a Salto de Agua por el coche, y estando allá me mandaste un mensaje preguntándome cómo me estaba yendo, mientras tú hacías fila en el banco para hacer unos depósitos que te había encargado. Sentía que estábamos conectados uno del otro, y eso provocaba en mí una inmensa alegría. Sabía que te era una experiencia significativa.
“Congelamos nuestro tiempo” en las rústicas vías del imponente Tulijá.

VII
El tiempo caminó y en un abrir y cerrar de ojos estábamos frente a frente, haciendo fila en la dulcería del cine. Habíamos decidido ver “Amigos con derecho”, una película que te llamaba la atención por el sólo título. Una confusión del asociado vendedor nos regaló doscientos pesos, dinero que sin pensarlo nos serviría para nuestra próxima salida de la ciudad.
La historia era una cursi comedia de dos sujetos que se enamoran con sus reservas para evitar responsabilidades de una verdadera relación, pero eso sí, se permitían disfrutar uno del otro. Sin darnos cuenta nos identificamos con la historia porque así éramos nosotros: había atracción pero no compromiso, al menos de tu parte porque del mío, sobraba en exceso.
Tu señal era más que obvia: amigos con derecho. Eso era a lo que aspirabas conmigo: estar, beber, oler, comer del placer…sin compromisos. Por eso me advertiste desde un principio no enamorarme para que no saliera lastimado. Sabía del riesgo de que en un momento a otro se terminara la aventura, pero estaba dispuesto a correrla porque deseaba por fin tener a alguien a mi lado. Sin embargo tú, con la costumbre de tener “las miradas encima” con la creencia de que resultabas interesante para todos, solías limitarte. ¡Qué paranoico o fantasioso resultabas!    
Dos semanas después escapamos nuevamente de la ciudad, ahora a la Chontalpa tabasqueña. Decidimos explorar el pasado maya de Comalcalco y su olor a chocolate, con un ligero desvío hacia Cunduacán donde conocimos sus pintorescas calles, hasta estar, en un abrir y cerrar de ojos, en carretera rumbo al destino original.
Mientras avanzábamos dimos placer al paladar al saborear un rico pan de elote, y también a la audición, al escuchar  algunas de tus canciones favoritas. Las horas junto a ti se me hicieron nada, ya que tu sola compañía hacía que no se sintiera el tiempo.
Cuando llegamos a la zona arqueológica de Comalcalco, descubriste un lugar mágico que guarda celosamente secretos ancestrales bañados en selva. Ahí nos tomamos fotos, subiste y bajaste de las pirámides, posaste cual modelo para lucir en todo esplendor, y respiraste ese aire que purificó tu existencia.
La infancia se apoderó de ti al permitirte rodar por los montículos, contagiando de alegría a tu frío mentor para que siguiera tus pasos: como pocas veces rodé en el pasto sin importar que cada vuelta impregnaba de tierra mi vestimenta. Éramos dos niños que descubrían la inmensidad en medio del verde tropical, hechizados por la magia de las ancestrales construcciones.
Terminado el recorrido nos lanzamos a una hacienda chocolatera. Nos mostraron el imperio del cacao y su herencia culinaria. Caminamos entre árboles y concisas explicaciones.  Nos detuvimos para apreciar el canto de la selva hasta apreciar al mono araña, el emperador de los árboles…era espectacular estar ahí entre tanta naturaleza.
El tiempo nos llevó al centro de ese lugar para mostrarte mis recuerdos infantiles: la iglesia, la “Teresa Vera”, el parque y los portales fueron testigos de un mágico periodo de mi vida. Ahí viví, ahí crecí, ahí reí, ahí lloré. Comalcalco trajo a mi mente la tranquilidad que respiré cuando tuve seis años, avivó las imágenes de mi inocencia perdida y consolidó mi presencia en tu existencia.
Todo estaba dentro de lo normal hasta que alguien de la universidad nos encontró: ahora se trataba de uno de tus compañeros que se sorprendió vernos ahí. Actuaste rápido y comentaste sobre un proyecto; yo secundé tu respuesta con la idea de tomar fotos en los paisajes del lugar. Claro que el argumento no fue tan creíble porque el radar de tu compañero detectó lo que él en esencia también forma parte.
Tu síntoma paranoico controló el derecho de disfrutar “el canto enamorado del corazón”.


VIII
Los altos de Chiapas enmarcaron la tan planeada escapada hacia el pueblo mágico de San Cristóbal: por fin el sueño de juntos disfrutar el frío se concretaba. La tercera era la vencida y se logró. Recuerdo que la primera vez que cancelaste fue porque estaba lloviendo, había arreglado todo para salir a buena hora de la ciudad, pero finalmente tú decidiste no partir. La segunda ocasión fue por la falta de acuerdos, lo dejamos a la deriva y el plan se esfumó. Pero en la tercera, a finales de marzo, previo a un viaje de estudios, sí lo planeamos bien y resultó: tu pretexto fue hacer un trabajo por equipos fuera de Villahermosa.
Un viernes fue testigo de la odisea. Salimos por la tarde después de que terminara mis actividades del servicio social que prestaba en la biblioteca central de la universidad. Al terminar tomé el coche para ir a tu encuentro.
Eran las seis de la tarde cuando te esperé en la esquina de la iglesia de Tamulté, tardaste como quince minutos y por fin llegaste. Entonces inició la aventura que marcaría esta historia. Tomé carretera entre pláticas, comimos frituras compradas con anticipación y pasamos por los lugares por donde debíamos pasar hasta llegar a Estación Chontalpa, en Huimanguillo. Ahí preguntamos para tener seguridad del camino y sin más, de nueva cuenta nos encontrábamos rumbo a Chiapas. Recuerdo haberte preguntado por las fotos tomadas en los viajes anteriores, a lo que respondiste que las bajara del face porque no tenías por qué dármelas de manera especial dado que entre los dos sólo había una amistad. Mi rostro te dio a conocer una molestia de la que te volviste a defender.
Las imponentes montañas, vegetación exuberante y caprichos rocosos de la naturaleza, nos dieron la bienvenida en tu estado, específicamente en tu capital, en tu Tuxtla Gutiérrez. Ahí paramos un rato para descansar y admirar el visaje nocturno de la ciudad. Estuvimos una hora en el mirador y desde ahí capturamos el tiempo. Sonreía, sonreíste; posé, posaste; hablé, hablaste. Los dos éramos felices al estar ahí en medio del bullicio juvenil que disfrutaba del fin de semana.
Llegó el momento de partir hacia el destino final. El manto nocturno nos guió por menos de una hora para arribar, por fin, al encuentro con la cultura colonial, con el frío, con los aires europeos al estilo mexicano, con raíces indígenas… ¡Estábamos en San Cristóbal! Dirigiste mi destino cual turista por las reducidas y empedradas calles del lugar, circulamos el centro en busca de hospedaje, nos estacionamos y caminamos hotel tras hotel hasta que hubo uno que se acomodó a nuestro presupuesto.
Las entrañas de una antigua hacienda acobijaron nuestro sueño. Era un lugar mágico donde se respiraba tranquilidad, rodeado de plantas y muros coloniales. La caída de agua en la fuente que estaba a un costado del patio central sonorizaron la entrada rumbo al descanso.
Estábamos ahí frente al espejo. Dos camas esperaban a nuestros cansados cuerpos para apaciguar el viaje, las cuales acudimos a su encuentro una vez tomado el baño. El reloj circulaba lentamente como haciéndonos preámbulo a lo que tú y yo deseábamos en silencio: después de unos minutos, los dos compartíamos el mismo espacio debajo de las cobijas para cubrirnos del frío, y sin más espera, el erotismo explotó hasta dejar huellas en la piel. Tu desnudez me cubrió y yo, sencillamente, abrigué tu entrega juvenil. 
La luz del día siguiente nos despertó e indicó el momento de partir a la realidad. Al salir nos dimos cuenta de las marcas que te “adornaban”, las cuales supiste cubrir con la bufanda. Las mías, en cambio, no eran suficientemente evidentes, mi camisa las “borraba”.
Desayunamos en un ambiente zapatista, caminamos por la Calzada de Guadalupe, saboreamos un rico helado de zapote. Las fotos por supuesto atestiguaban minuto tras minuto. En una de esas reconociste una casa donde vendían café, preguntaste por alguien y te alegraste al atinar: era la casa de tu tío abuelo. Pasamos, nos atendieron y platicaste intensamente. Parte de ti linaje estaba ahí, frente a ese señor de canas que recordaba ciertas anécdotas. También estaba su hijo que para ti era tu tío. Supiste argumentar nuestra presencia en San Cristóbal, que sin duda lo creyeron, pero también despertaste la curiosidad de porqué llevabas la bufanda cuando la temperatura no estaba tan baja. Tu respuesta fue inocente y aunque a tu tío abuelo convenciste, a tu otro tío no. ¡Claro que se dio cuenta de la situación! Pero optó por guardar discreción.
Esa noche del sábado fuimos a uno de los antros, al Macquia. Los dos dispuestos a triunfar pero con la diferencia de que tú llegaste con la actitud por demás positiva. Tu físico atractivo y tus dotes bailarines atrajeron las miradas y más después de cuatro o cinco copas. Sí, ligaste a más de uno. Obvio que mis celos empezaron a ser presencia y te pedí que calmaras tus impulsos.
-Te calmas, te recuerdo que andas conmigo.
-Momento –dijiste rápidamente- no ando contigo, vengo contigo.
-Ahhh, perdón si utilicé mal el verbo, pero efectivamente vienes conmigo y no voy a dejarte aquí porque no conoces a nadie.
Tu molestia era tal que seguiste con mayor intensidad lo que hacías hasta que viste que tus víctimas se retiraban y optaste por hacer lo mismo. Entonces te paré y exigí quedarte, esperé a que pasaran unos minutos para salir, y tú lo hiciste aprisa para ver si los encontrabas. Como no tuviste éxito me reclamaste para después tomar un taxi hacia el hotel.
En el cuarto devolviste, no tenías uso de razón y estabas “nadando” en alcohol. Te desvestiste sin decir más y te acostaste pero a los pocos minutos estabas nuevamente en el baño. Llegué a tu auxilio para lavarte la boca y acostarte. Con dificultad lo permitiste pero la molestia no cesaba. Me sentía ahí como aquel padre protector ante una enfermedad, me preocupabas por el mal estado en que te encontrabas. Afortunadamente todo se controló.
Dormimos juntos, y al correr de las horas la pasión estaba desbordada, siendo uno mismo con el fin de que olvidaras el incidente. Las marcas se hicieron más evidentes.
En la mañana no querías nada pero decidiste caminar. Salimos a disfrutar del sol en el último día del viaje. Las fotos no cesaban…eran ya un buen número en tu cámara. Antes de partir de regreso a Villahermosa, platicamos en la habitación.
-¿Qué sientes por mí? –Preguntaste.
-Ya te lo he dicho varias veces. Tengo un cariño inmenso, especial, te quiero mucho. –Tengo que aceptar que me dio miedo decir “te amo” porque no quería que eso ahuyentara a como sentí que sucedió cuando di la caja el 14 de febrero-.
-¿Y tú qué sientes por mí?
-Igual, un cariño pero no como el que sientes por mí. Te quiero, lo sabes, pero no sé, es algo raro.
-¿Entonces qué somos?, ¿amigos con derecho?
-Tú lo has dicho, amigos con derecho.
Entendí tu postura, y como no había otra manera de que tú me vieras, tuve que aceptar ser amigos con derecho, tal y como me habías mandado la señal el día de la película. Me dijiste que harías todo el esfuerzo por ser más y respeté tu decisión. No me importaba tener eso en ese momento, pero había logrado despertar algo en ti.
Tomamos carretera de regreso a la ciudad. Antes pasamos por Chiapa de Corzo a disfrutar del embarcadero del Cañón del Sumidero y de los vestigios coloniales, entre los que nos escondimos para que conocidos de tu pueblo no se percataran que estabas ahí.
La llegada a Villahermosa fue otra odisea porque tuvimos que soportar casi tres horas varados en una de las casetas de la carretera Coatzacoalcos-Villahermosa. Casi me peleo con el cobrador al no aceptar mi tarjeta de crédito, que hizo efectivo una persona que no aguantó más estar en la fila de automóviles. Esa noche llegamos como a las doce, y tú con la preocupación encima. Yo sencillamente me sentí tranquilo porque al manejar tomados de la mano me hacías sentir tuyo. Dejaste un pantalón café en mi coche, y yo sentí la confianza de que en verdad estábamos en el camino de ser más allá de “amigos con derecho”.
“Las entrañas de San Cristóbal” acobijaron la entrega total en medio del frío colonial.


IX
Se estaban haciendo costumbre nuestros encuentros: martes y jueves te veía poco antes de las seis de la mañana; por la noche de los martes acordábamos cenar, y el resto de los días, alrededor de las 22:00 horas, te marcaba para saber que estabas bien en casa. Una que otra llamada o mensaje durante el día alimentaba el vínculo, y cada día sentía mayor reciprocidad.
En ocasiones coincidíamos por la tarde en la universidad, yo en mi rol docente, y tú en el de estudiante, generalmente, con tres amigas. Hacíamos como si nada, nos saludábamos con la formalidad requerida sin que los demás imaginaran nuestro secreto.
Me ayudaste en un proyecto radiofónico al ser la voz del personaje principal de una adaptación de diez minutos que hice del capítulo 1 de la novela “Aura”, de Carlos Fuentes. ¡Cómo se repitió la grabación al no pronunciar adecuadamente la palabra Donceles!, finalmente quedó, con detalles para componer, pero quedó. La edición de la misma me hacía recordarte continuamente porque tu voz la tenía almacenada en mi laptop, cosa que me permitiría conservarla por largo tiempo.
Puebla estaba en boca de todos: el viaje a Espacio 2011 había sido concretado. Ese logro fue producto del esfuerzo de varios estudiantes, entre ellos tú, quienes hicieron gestiones necesarias para que la universidad autorizara el autobús. Yo me sentía comprometido al haber sido elegido para encabezar la salida académica.
Al tener la facultad de administrar los lugares, logré convencerte de que fueras en ese autobús y no en otro en el que ya tenías un apartado. Te oferté la salida sin que te generara gastos, y todavía mejor, conseguir que fueran contigo tus tres amigas…sin saber lo que se acercaba.
No me imaginaba que el día de la salida regresaría a mí el infierno que consumiría mi existencia. Era un 14 de abril. Habíamos quedado en vernos temprano para hacer depósitos bancarios e ir al súper a comprar básicos para el viaje. Ese día fui a una capacitación por la mañana y me desocupé temprano, te marqué y dijiste que en dos horas harías lo mismo. Opté por adelantar los pendientes y cuando el tiempo había transcurrido, te volví a timbrar. Quedamos en vernos en la parada del OXXO de Avenida Los Ríos, en Tabasco 2000.
Compré comida y te esperé, los minutos empezaron a pesar cuando no te veía llegar. Te marqué en varias ocasiones y dijiste que ya venías en camino. Después de más de una hora de espera la molestia se hacía presente. Me hiciste dar vueltas y finalmente vi que venías. ¡No entendía por qué estabas caminando por el crucero de Paseo Tabasco y Ruiz Cortines, si habías asegurado que venías en autobús.
Al subir al coche notaste mi molestia. Quisiste apaciguarla con una explicación que resultó ser de lo más tonto:
-¡Qué crees que me pasó!, estaba en el Tomás Garrido con una compañera y unos policías nos quisieron asaltar.
-¿Cómo?, ¿qué hacías allí si ya venías para acá?
-Lo que pasa es que una compañera me pidió que la acompañara a tomar unas fotografías y no pude negarme.
-Ajá y ¿cómo es que los quisieran asaltar?
-Sí, estábamos por el mirador de Las Águilas y se acercaron a nosotros porque estábamos solos y pensaron mal. Entonces nos pidieron dinero y le dimos lo que teníamos porque si no, nos iban a detener.
-¿Y quién es ella? –Pregunté mientras nos dirigíamos a casa.
-No la conoces.
-¿Quién es? –Insistí.
-Se llama Tere.
-Pero ¿cómo es que les pidieron dinero si no estaban haciendo nada malo?, ¿por qué no me hablaste para decirme que te esperara más tiempo?
-No se me ocurrió, fue algo raro. Además nos pidieron nuestras credenciales…mi credencial, no la tengo, se la quedó Tere.
-Como que no la tienes, hoy nos vamos de viaje y la vas a necesitar. Vamos por ella.
-Es que Tere ya se iba a su casa.
-Márcale o mándale mensaje a su celular para saber dónde vive.
Lo hiciste y esperaste respuesta, mientras continuábamos rumbo a la casa.
Mi rostro dio a entender molestia e incredulidad.
-No me crees, verdad.
-Dime qué estabas haciendo ahí, en el mirador, yo sé a qué se llega a ese lugar –le dije con seriedad.
Quedaste en silencio. La duda estaba dada y así llegamos a la casa. Subimos al departamento y quise platicar pero tu silencio me gritaba tu actitud. Bajaste la cabeza casi todo el tiempo como señal de vergüenza. Yo busqué la manera de controlar la situación con pocos resultados. No quisiste comer, yo tampoco.
-Está en el centro y de ahí se va a Cárdenas.
-Mmmm, al centro no voy ahora, está muy pesado el tráfico.
-Le diré que la guarde.
-No, vamos mejor.
-Pero me dejas a una cuadra de donde esté.
-¡Qué tiene de malo que me vea!, no tiene nada de malo, ella no me conoce.
-Pero va en la división.
-¡Vamos a ir y te voy a llevar a donde está ella!
-No, ya le mandé mensaje que mejor la guarde.
Fue entonces que mi molestia creció mientras tú bajabas la mirada.
-Voy a decirte algo. No soy nadie para hacerlo, voy a parecer a tu papá regañándote pero quiero que sepas de mi molestia. Me haces esperar y mínimo un mensaje debiste enviar para saber, no que me tienes ahí esperando.
Tu mirada permanecía hacia abajo hasta que por fin te escuché:
-Voy a decirte la verdad: hay otra persona.
En ese instante sentí que el mundo caía sobre mí.
-¡Cómo!, ¿otra persona?
-Sí. Te dije que esto estaba por terminar, que ya no podía seguir con esto. Hay otra persona.
-¿Esa persona es a la que haces referencias cuando escribiste en tu face que “hoy ha sido el mejor día de este semestre”?
-Sí.
Me estabas dando una puñalada. Quería reclamarte más pero no tenía derecho porque tú habías hablado con la verdad desde un principio. Me habías advertido que no me ilusionara tanto porque no querías hacerme daño…no te hice caso al decidir arriesgar, y ese momento era parte de mi consecuencia al no controlar la emoción.
Si habías estado en el mirador Las Águilas no era precisamente con Tere, ella era un imaginario para justificarte…más bien habías estado con él y seguramente estaban besándose, por eso llegaron los policías, por eso los quisieron detener y por eso no tenías tu credencial.
Logré controlar la rabia porque no tenía otra opción, finalmente no teníamos una relación formal. Aprovechaste para explicar la situación y tuve que entenderte. Pusimos en orden las ideas y acepté que no mandaba en ti, y que la decisión que estabas tomando la tenía que aceptar, me gustara o no. En esa suavidad de emociones, me acerqué a ti y diste entrada a mis juegos de lujuria con el que te gritaba que no quería perderte.
La verdad aceleró mi caída a “la profunda pesadilla de la despedida”.

X
La hora para partir hacia Puebla había llegado. Poco a poco los viajeros se juntaron en la explanada de la biblioteca central de la universidad, en donde como coordinador verificaba que todo estuviera en orden.
Ante mi necesidad de platicar toda esta historia oculta de nuestros encuentros, habíamos acordado que tú se lo confiarías a una de tus amigas que irían al viaje, para que en el traslado yo aprovechara a realizar catarsis que permitiera desprenderme de la emoción tan fuerte que tenía atrapada. Así sucedió. Aproveché el viaje para “sanarme” de la energía negativa.
Nadie imaginaba la maravillosa experiencia que protagonizaríamos durante cuatro días. El autobús era un espacio netamente juvenil, entre amigos, con una dinámica tal que hasta los choferes bajaron su fría actitud y se contagiaron de la alegría.
El evento transcurrió sin tanta novedad: cumplimos con la asistencia y cada quien permitió el aprendizaje deseado, recorrimos la ciudad y las tomas fotográficas quedaron congeladas. Obviamente me junté a tu grupito: tú entre tres amigas. Observé que enviabas mensajes constantemente y era él el destino de tus emociones.
Para la primera salida en Puebla decidimos estar en un karaoke, específicamente en Cuba Rum. Hacía como si no pasara nada pero en mi interior invadía la tristeza. Me coloqué la máscara de estar tranquilo pero nada me consolaba a pesar de que ya había llorado..no había sido suficiente.
Al tratar de olvidar la relación seleccioné tres canciones para emitirlas con sentimiento: “Quiero dormir cansado”, de Emmanuel, dando a conocer mi tragedia por tu ausencia: “Tatuajes”, de Joan Sebastian, como recuerdo a las marcas que evidenciaron nuestros encuentros; y “El Rey”, de Vicente Fernández, para recordarte que aun cuando no esté, siempre estaré.  
Cantamos, bailamos, tomamos. Esa primera noche seguimos la fiesta en el hotel hasta que decidimos partir. En ese momento te recordé lo que habíamos acordado y que tú no pretendías cumplir: quedarte en mi habitación. Te obligué para cumplir y así lo hiciste. Esa noche nos quedamos juntos sin algo trascendente.
Al día siguiente discutimos, y no era más que síntoma de la no aceptación de mi parte de esa realidad. Aun así seguía estando en tu grupito con lo que me reflejaba que internamente sentías estima y que también dabas oportunidad de seguir a tu lado pero únicamente con ojos de amistad.
La segunda noche nos divertimos a lo grande en La Valentina, en Cholula. Ahí armamos una fiesta entre muchos del viaje, y nos comportamos como si no pasara nada. Te veías excelente, por lo menos para mí, y lo sabías. Esa noche las relaciones sociales aumentaron.
Generalmente comíamos juntos y la pasábamos juntos. Los días transcurrieron y de pronto estábamos de regreso hacia Villahermosa, no sin antes pasar a Tepoztlán, Morelos, para cumplir con tu petición: más que ir a Six Flags preferías estar en ese pueblo mágico. Para ello moví todo lo que tenía que mover para darte gusto.
La tarde en que regresábamos te pedí que al llegar te quedaras en mi casa para ir a una función del cine que teníamos pendiente, aquella que en tu muro colocaste como “ya no fuimos al cine, mejor cenamos”. Aceptaste y acordamos que al llegar te irías con tus amigas y horas después pasaría por ti.
Mis lágrimas marcaron “el viaje” hacia la agonía por tu partida.

XI
Llegamos y te fuiste con ellas. Yo fui por mi coche para luego ir por ti pero una llanta ponchada atrasó nuestro encuentro. Dos horas después te llamaba para pasar por ti. Ya estando los dos en el coche externaste la idea de que deseabas irte a tu casa pero logré convencerte.
Lo tomaste como la última noche en que estaríamos juntos, pero por mi mente jamás pasó que deseabas irte porque ya habías acordado con el otro el que se verían en tu casa de Tapilula. Estando en mi departamento nos dimos tiempo para cambiarnos y dormir a fin de recuperar energía después del cansado viaje. Morfeo nos refugió alrededor de cinco horas para luego salir en búsqueda de comida y después, al cine. “La otra familia” nos unió en una misma idea: aceptar la diversidad. El contenido de la cinta nos pertenecía por muchas razones, a tal punto que cuando regresamos a casa platicamos al respecto y “acordamos” en hacer algo para romper con estigmas.
Esa noche él te llamó y le dijiste que estabas en casa de una de tus amigas, me lo confiaste porque sabías que era la última nuestra. Y así sucedió: la noche fue nuestra y en ese momento odié al tiempo. Cada segundo que avanzaba era mi tortura al no poder congelarlo. A la par de disfrutar el estar contigo me desmoronaba al saber que al amanecer te irías para siempre. Poe eso aproveché al máximo ese último encuentro piel a piel.
Me dijiste que me despidiera de ti, de tu cuerpo, de tu ser. Pero me aseguraste que seríamos amigos, que seguiríamos viéndonos tal vez no con la misma frecuencia pero que sí seguiría en ti.
Finalmente se cumplió el tiempo. Sin más que verte arreglar para emprender tu partida el infierno regresaba a mí. Te abracé intensamente y grité en silencio que no te fueras pero fue imposible. Me viste que poco a poco me derrumbaba y tú seguiste con tu decisión. Te propuse llevarte a Teapa pero lo rechazaste argumentando que te irías con tus tíos. Sin embargo acordamos que en la segunda semana de vacaciones iría a Tapilula en compañía de una de tus amigas para visitarte por allá. No sé si lo aceptaste para que mi nivel de ansiedad no aumentara o en realidad querías que fuera. Esa duda la despejé después.
Te vi partir y la canción de José José que te dediqué en su momento se hacía realidad: “…desde una esquina te veo partir…”. A la hora me enviaste un mensaje en donde me confirmabas que te irías con tus tíos, y me recordabas que tuviera actitud positiva frente a todo, que era genial, que me querías y que estarías en contacto.
Estábamos en vacaciones por Semana Santa y obvio que no podía verte hasta que regresáramos a clases. Te mandaba mensajes pero la nula respuesta me provocaba malestar. Se me hacía raro tu silencio y esa primera semana fue espantosa. No me encontraba en mí, lloraba constantemente, me dejé caer, el tiempo me lastimaba. Mis amigos del grupo fueron depósito de mi energía negativa, y una de tus amigas me apoyó sin condiciones.
No aguanté mucho y decidí cumplir con ese “acuerdo”: visitarte en Tapilula. Cuando te confirmé el viaje hacia tu pueblo contestaste que no podías porque no estarías ahí, pero luego deduje que era pretexto porque me enteré que él estaba en tu casa. Lo habías llevado y sin tanta presentación lo aceptaron. Me sentí desplazado, traicionado, desbaratado. Entonces planeé llevar al cabo la ida pera tu amiga que me acompañaría no pudo, y me lancé solo.
Al llegar te mandé mensaje para que salieras por mí. Creíste que llegaría más tarde pero me adelanté a tu suposición. Estaba ahí, mi amarillo estacionado nuevamente en esa calle que había sido testigo del inicio de esta historia. Entré a tu casa y no ocultaste tu molestia porque había llegado solo. Me presentaste a tus papás y desayunamos juntos. La tensión era evidente, tus papás me observaban de reojo y yo disimulaba tranquilidad. Me quedé con ellos mientras subiste a cambiarte y citar a tu mejor amiga de infancia.
Salimos a recorrer el pueblo: me llevaste al mirador y me preguntaste porqué estaba ahí, porqué me había encaprichado en verte. Te recordé que en eso habíamos quedado semanas atrás. Para no permitir que me creara expectativas me confesaste que ya habías hecho un compromiso de noviazgo, que él había estado en tu casa la semana inmediata anterior, bajo el argumento de que había ido de visita para tomar fotografías y que aprovecharía estar toda la semana. Me surgió la duda de cómo de la nada él había logrado mucho a tal punto de ser recibido por tu familia.
Te dije que me daba gusto que estuvieras bien, pero que todo era muy rápido, que te dieras tiempo. Lo único que buscaba es que no fueras tan veloz porque la caída sería pronto..me equivoqué porque siguen juntos los dos.
Al cabo de media hora pasamos por tu amiga de infancia, a su vez por otra. Los cuatro nos fuimos al río y ahí estuvimos. Me presentaste como tu amigo de universidad. Regresamos a tu casa para comer y de ahí, la idea era cafetear por la noche y “pueblear” al día siguiente pero no se pudo porque tus papás, en especial tu mamá, me “corrieron” del pueblo.
Esa tarde te comunicaste con él porque sabía que yo estaba ahí, le habías comentado. Obvio que yo representaba cierto peligro y no tan fácil él iba a permitir que siguiera en contacto contigo.
Como no podía quedarme en tu casa y como te habían ordenado que no saldrías por la noche, me obligaste a partir a Villahermosa. Me dijiste que no te provocara más problemas con tus papás, porque el sólo hecho de estar ahí tus papás lo veían raro. A mí sí se me hacía raro el que cómo la otra persona que se quedó una semana contigo en casa no había provocado sospecha alguna, por qué conmigo sí. La respuesta fue: “eres evidente”.
Entonces sin más, regresé por la noche, tomé carretera como aquella primera vez, pero ahora solo, sin conocer a nadie más que al amarillo. Te mandé mensaje durante mi travesía pero tú jamás contestaste.
El golpe estaba dado: jamás volví a escuchar tu voz ni sentir tu presencia. Tus padres me vieron como un intruso al que tenían que eliminar para no arriesgarte. ¡Qué estúpido me pareció a mí! No te dejaban crecer. Fue así como el infierno se apoderó de mí al caer en constantes episodios depresivos para convertirme en una víctima del deseo subterráneo.
Decidiste formar “otra familia” junto al ladrón que apareció de la nada.

XII
El silencio se prolongó por tres meses. Sabía de ti por el compartimiento que mantenía con dos de tus amigas: la que sirvió de tribuna a mis lamentos y la que es tu gemela de infancia. Sabía que estabas tranquilo pero no por completo.
Había una plática pendiente entre los dos y no sabías cuándo se daría. Yo, por el contrario, estaba seguro que sería pronto. Fue así que el destino nos llevó a cruzar palabras en varios momentos, entre ellos, la fiesta del reencuentro de Puebla y la visita al MUSEVI.
Te pedí platicar abiertamente y finalmente se dio. Nos lanzamos al parque La Choca y ahí tuve la oportunidad de aclarar situaciones. Escuchaste atentamente mis palabras, lo mismo hice yo. Te regresé el regalo del 14 de febrero que habías dejado en mi coche y prometiste guardarlo como un recuerdo. Nos abrazamos y quedamos como amigos. En ese momento acepté que no había más por hacer para ganar tu atención, sólo el ser tu amigo.
Era julio, a poco iniciar un nuevo ciclo en la universidad. Te apoyé en tu registro para el servicio social. Habías decidido darlo en el canal local de una televisora nacional. Te acompañé en varias de tus vueltas hasta que finalmente comenzaste tu odisea.
Entonces empezó de nueva cuenta la costumbre: ir por ti para llevarte al canal y recogerte por la tarde para platicar. Lo malo para mí es que tenía que escuchar tu vivencia de pareja, debía aguantar para estar cerca de ti.
Las cosas parecían que se enderezaban a mi favor: comíamos, tomábamos café o simplemente me acompañabas a realizar mis diligencias. Sin embargo, a pesar de que éramos discretos para salir, se enteraron de nuestros encuentros, suficiente para que se regara como polvorín. Y ahí empezó la fractura.
E l abismo se agrandó por errores, por chismes, por aparente lealtad, dañando el delgado lazo que tanto trabajo me había costado rescatar. Fui con amigos a una fiesta de bienvenida de la universidad y tú asististe a otra. Mi reunión se prolongó al departamento de un amigo en común y el efecto de las copas hizo de las suyas. Hablé de más, pero lo peor del asunto no fue el hecho de haber hablado sino la divulgación de eso que según dije, hasta llegar a tus oídos.
Entonces te sentiste traicionado por mí. Tu sentir tal vez tenía razón de ser, mas no tu comportamiento para conmigo. Decidiste retirarme la palabra sin darme la oportunidad de aclarar el asunto, y con eso también yo me sentí traicionado, aun más porque negaste toda la vivencia que construimos sin querer.
Era tanta tu “molestia” que me eliminaste del face pero no contabas que información sobre ti me llegaba por otros medios. No negaré mi necesidad saber de ti, que mi mundo giraba en estar enterado de lo que hacías, por lo que tuve que conformarme con lo que la gente que nos conocía me decía.
Sin querer coincidíamos en los pasillos, en los edificios, en la biblioteca, en tu celebración de terminación de estudios. No era para más si compartíamos la universidad.
Al no poder hacer más, empecé a escribir la historia de nuestra historia como una especie de catarsis para curar mi dolor, pero se convirtió en toda una novela de la que estoy seguro ya leíste. Y no sólo tú sino muchos de quienes directa o indirectamente se enteraron. La relación subterránea que supuestamente vivimos, se volvió en rumor evidente de nuestro centro escolar. Con mayor razón acrecentaste tu molestia.
La investigación que sirvió como gancho al oculto excitante que protagonizamos, la presenté tal como lo tenía planeado: con una conferencia frente a mis estudiantes. La biblioteca de la división y el reflejo de la Laguna de las Ilusiones fueron testigos del éxito obtenido. A esa presentación te asomaste sin quedarte, a pesar de que te entregué una invitación personal. Constataste que los carteles rojos con blanco que se pegaron en los tableros de aviso, dieron resultado.
También tuve una aceptable participación en unas jornadas de psicología con mi investigación, y una triunfal presentación de examen profesional que me permitió obtener el título de psicólogo.
A un año del inicio del deseo subterráneo regresé a tu pueblo, a tu pintoresco Tapilula. El motivo: tu cumpleaños. Sabía que lo celebrarías y aunque ahora no recibí invitación tampoco una prohibición. Por eso el 14 de enero de 2012 fui y te mandé banda, no mariachi a como lo había planeado, con canciones que espero hayas identificado, entre ellas, “Tatuajes”.  El objetivo lo cumplí: te emocionaste a pesar de la duda de quién estaba detrás de la sorpresa.
Mi regalo fue el tomo de mi tesis, cuya dedicatoria reza:
A los hombres que rompieron el silencio 
para darle significado a la vida.

A ti que naciste rodeado de montañas,
que creciste entre calles pueblerinas,
que con un beso iniciaste la historia
e impulsaste a tener un “oculto excitante”.

Obvio que no la recibiste, pero no contabas con que tenía otro mecanismo para hacértela llegar. No sé si la tengas, lo único que sé es que sí la tuviste en tus manos, confiando en que por lo menos la hayas revisado, que te hayas dado cuenta que en todo ese esfuerzo proyectado en un trabajo empastado estaba tu esencia.
Hoy te puedo decir que donde quiera que estés y con quien estés, ahí estaré, por la sencilla razón de que mientras el corazón lata, la esperanza estará viva.
El rumor “infectó” a la confianza, revelando la tesis de nuestro silencio.

EPÍLOGO
Resulta dolorosa tu indiferencia. No entiendo tu actitud. Antes de tu partida quedamos en ser amigos y esto es lo menos que haces. Tal vez tengas el temor de que siga queriendo estar contigo y que no respete tu decisión. Inconscientemente lo hago y tu miedo tiene razón de ser.
Te veo y despiertas mis latidos, te veo y enloqueces mis sentidos. No puedo controlarlo, ya he llorado en demasía pero tu imagen no la puedo evitar. Estás ahí, sé que estás ahí, pero no estás junto a mí, estás con alguien que mi mente enferma dice que es insignificante.
Él consiguió lo que yo no pude. Sus palabras mutilaron mis detalles y me quitó de tu camino. Su presencia aniquiló mi nombre y me borró de tu destino.
Tu recuerdo me duele, sencillamente me duele. No sé cómo olvidarte pero tengo que hacerlo.
-Recuerda ser siempre positivo en lo que te dije. Eres genial. Estamos en contacto. Tqm.  –Esa fue tu despedida.
Hoy, esas palabras sólo quedan en papel porque no tienen tu sentir. Por eso me duele, porque fueron palabras al aire con buenas intenciones, pero que finalmente cayeron en la batalla.
Tengo que olvidarte, sencillamente tengo que seguir adelante.
Me dejaste el regalo de tus amigas, me dejaste el olor al Play, me dejaste el sabor de tus labios, y la grata experiencia de haber tenido un oculto excitante que dejó de ser subterráneo para compartirlo con quienes me aprecian.
La historia se ha completado, y con ella, el ciclo cerrado.
Porque al romper el silencio decidiste estar sin mí, me derroto deseándote lo mejor. Hoy ya no estás aquí, sigues tu camino como yo el mío, pero Dios dará un momento en que volvamos a coincidir para que ese día te regale mi sonrisa.