domingo, 2 de septiembre de 2012

VOCES Y LATIDOS


Esta es la historia con la que participé en el Concurso Nacional de Composición Literaria sobre los Símbolos Patrios, en 2012.
  
DECIDÍ VOLAR
Carar Olarmos
-Abanderada un paso al frente, ¡ya!
Lunes 22 de octubre de 2007. Todos estábamos formados en el homenaje.
-Cubrir abanderada, ¡ya!
Mi escuela se llama “Aureliano Colorado Calles”. Yo, por ser de los más altos, estaba al final de la formación.
-Paso redoblado, ¡ya!
Silencio eminente frente al paso de la escolta. Estaba en quinto grado y mi mente volaba: el próximo año seré yo el comandante.
-Alto, ¡ya!
En pocos minutos uní mi voz en el Himno Nacional, y con ello volé más: iría a  las Olimpiadas representando a mi país, y vería mi Bandera ondear en lo más alto al ganar la medalla de oro. Eran parte de mis sueños, eran motivos para creer…eran sencillamente, pasos para madurar.
Acababa de cumplir 10 años. Nací en septiembre en un rincón de Tabasco, en Huimanguillo, municipio que alberga la histórica zona de La Venta, asentamiento olmeca reconocido a nivel mundial. Ahí están mis raíces, mi herencia familiar, mi esencia como mexicano.
Terminó el homenaje y nos dirigimos a clases. Todo pintaba para ser una semana sin contratiempos, en una ciudad en que no ocurren cosas extraordinarias, más allá del vaivén de la gente cuya cotidianeidad no es hecho periodístico para ser escenario de los medios de comunicación. Deseaba que pasara algo para que por fin estuviéramos en primeras planas de los periódicos, o mínimo, que lo mencionaran en los cortos noticiosos de la radio.
Por eso me propuse dar motivos para que las cámaras voltearan a ver este espacio geográfico. Y qué mejor que aprovechar mis habilidades en Tae Kwon Do para destacar a como lo han hecho los grandes en eventos internacionales.
Se esperaban lluvias. Era temporada y tal como lo decía mi abuela, “el agua no falla, somos privilegiados por Tláloc”. Estamos acostumbrados a que llueva mucho y a que las calles se encharquen por la ineficiencia del drenaje, del que yo he contribuido al dejar basura por doquier.
Ya era viernes… cinco días más y estaríamos en el “puente” del Día de Muertos. Lo esperaba con ansias porque haría un trabajo fotográfico para la materia de Historia, relacionado con ese festejo mexicano.
Quería todo: ser el comandante de la escolta, ganar la medalla de oro en unas olimpiadas, que mi ciudad apareciera en primera plana de los periódicos, hacer mi trabajo visual…todo. Soñaba, y no era para más, todavía era un niño a punto de entrar a la pubertad. No imaginaba que daría un giro de 360 grados.
Domingo 28 de octubre de 2007. Tal como se esperaba la lluvia hacía su aparición. Alrededor de la una de la tarde todos estábamos encerrados. Llovía, llovía y llovía. Me gustaba ver llover porque la tierra desprendía un rico olor y el cielo se tornada oscuro, como llenando de melancolía el lugar. Ahhh, esos días tan mágicos, tan agradables, junto a mi taza de café negro al pie de la ventana.
De pronto interrumpieron la transmisión cotidiana del canal local. Dieron aviso de la suspensión de clases, y de una posible inundación de seguir con las intensas precipitaciones en Chiapas y Tabasco. Mi abuela recordó lo que sucedió por allá de los 50, y mamá, lo que vivió en 1999: el río Grijalva, que rodea a la capital de Tabasco, desbordó, provocando numerosas pérdidas materiales. Pero eso pasó en Villahermosa, no en Huimanguillo, así que nunca imaginé que pronto ocurriría.
Aproveché la tarde para practicar mis formas de TKD, y el tiempo pasó acompañado del sonido del agua. Esa noche dormí plácidamente como si fuese la última llena de tranquilidad.
Y sí, al día siguiente la alarma se apoderaba de la gente: cientos de tabasqueños estaban en el agua, los noticieros transmitían las múltiples zonas que sucumbían ante el fenómeno natural, y los llamados de auxilio de la población se multiplicaban.
Ese lunes no hubo homenaje pero sí plegarias para que dejara de llover. El pánico llegó a Huimanguillo porque también ¡se estaba inundando! No podía creer esas imágenes en televisión: mi ciudad estaba reflejada en las cámaras de reporteros que caminaban en busca de la noticia.
Si a Villahermosa lo rodea el Grijalva, a nosotros nos baña el Mezcalapa. Entonces empecé a dar crédito que sí era posible que nos fuéramos al agua porque Tláloc no cesaba, ¿qué habíamos hecho para desatar su furia?
La tarde del 29 de octubre fue aterradora porque las casas de mis vecinos poco a poco se llenaron de agua, y la mía empezó a poblarse al darles refugio. Inició la batalla contra el tiempo, a subir las cosas a la segunda planta porque de seguir con la tormenta no tardaríamos mucho en estar nadando. Fue así que las manos se unieron para proteger lo más que se pudiera, y estar al tanto de los cortes informativos para seguir las sugerencias de Protección Civil.
La noche fue larga, húmeda, triste…como aquella en donde el Sol se apaga ante la fuerza de la Luna y cae eclipsado, rendido, agotado. Así sentía el ambiente en casa, así percibía el olor, así distinguía el color, así reconocí el sabor. Me tocó ser testigo del dolor, y por primera vez, ceder contra el poder natural.
Y sucedió lo que se temía: el Grijalva y el Mezcalapa salieron de su cauce, el primero inundando Villahermosa, y el segundo, a Huimanguillo. A nivel nacional se veía el apocalipsis para esta región y mis ojos se sorprendieron ver largas filas de personas cruzando a pie los diversos puentes de la capital, y la inmensa fila de coches queriendo salir. El estado era ya zona de desastre y la milicia empezó a llegar con su plan DN-III-E.
Quedamos incomunicados, y mi casa, al igual que las demás, eran presas del agua. El cielo del edén ya no era el mismo: su enojo se traducía a lágrimas incesantes, como queriendo cobrar facturas pendientes. Y no era para menos, habíamos alterado al manto hídrico que nos dio cabida para asentar la nueva civilización, tal como los Olmecas lo hicieron miles de años atrás.
Mamá logró guardar los documentos básicos de identificación para refugiarnos junto a los vecinos, en la azotea de la casa. No teníamos comida, y paradójicamente, el agua se acababa. Empecé a tomar fotografías con mi pequeña cámara para guardar esos momentos en que parecía una historia de terror. Sabía que esa historia terminaría, no sé cuándo, pero terminaría porque finalmente el Sol vuelve a nacer.   
Llegó 31 de octubre después de otra noche lluviosa. Había logrado dormir acurrucado en brazos de mi abuela. Ese día llegaron por nosotros a nuestro rescate. Helicópteros volaban de un lado a otro en busca de damnificados, y veía cómo personas eran rescatadas hasta que nos tocó.
El sonido era imponente y el viento más. Las águilas de acero retumbaban en mis oídos y vi descender a los militares que nos auxiliaron. A mi abuela y a otras personas mayores las subieron y se las llevaron. Después vinieron por mis vecinos más pequeños, y después me tocó a mí, confiando en que la separación momentánea de mamá seria para estar a salvo. Fue así que me tocó volar, por primera vez, en medio del agua, e imaginé que lo repetiría, pero en otras condiciones: cruzando lo mares hacia una competencia olímpica para darle gloria a mi país, a como los militares lo estaban haciendo al estar rescatándonos.
Mis ojos eran testigos de cómo el agua arrasa todo a su paso si no se le respeta, y cómo las fortalezas caen rendidas a su cauce. Éramos hijos del agua y debíamos respetar su naturaleza. Si sabíamos que el agua es nuestra aliada, ¿por qué despertar su furia?, era un llamado a reconocer su grandeza.
Me llevaron a uno de los cientos de albergues que se acondicionaron en la entidad. Vi mucha gente llorar, y no era para menos si lo habían perdido todo o casi todo. Yo lo único que deseaba en ese momento era ver a mamá junto a mí, y ver a mi abuela a salvo. Dos horas después lo estábamos, protegidos por la milicia y recibiendo ayuda que llegaba sin cesar de parte de la solidaridad mundial.
Entonces comprendí que somos nada, que en un abrir y cerrar de ojos todo cambia. No tenía caso buscar el origen del problema cuando en ese momento lo que importaba era rescatar la vida. Ese día empecé a reconocer mi historia y surgió en mí la necesidad de reescribirla para hacerla diferente.
El drama aumentó en aquel refugio ante la espalda de la suerte. La separación había sido eminente y la confusión provocaba locuras que parecían no tener fin. Llantos por doquier saturaron la audición y sólo tuve que mirar hacia arriba para pedir tranquilidad en medio de la pesadilla. Tal vez era egoísta pero necesitaba serlo porque de no ser así, sería un esquizofrénico más.
Así pasaron los días, así viví la crudeza del “Día de Muertos” en un cementerio viviente. No requería mejor escenario que aquel para mi fotorreportaje.
Montaron escuelitas en el albergue y gustoso colaboré con los voluntarios. El lunes 5 de noviembre se hizo homenaje, y me tocó a mí ser el comandante, el preámbulo de lo que sería un año después.
Oficialmente la inundación terminó el 15 de diciembre de 2007 pero su impacto permanece. Se ha catalogado el peor desastre que ha vivido el sureste mexicano.
Parte del tiempo perdido por la suspensión de clases se recuperó el asistir los sábados a la escuela. Mis notas siguieron siendo excelentes, lo que me permitió formar parte de la escolta y con ello, lograr mi primer objetivo.
Ahora en 2012, a pocos meses de que se cumplan cinco años de la gran inundación, me encuentro en el primer año del bachiller. Estoy por llegar a los 15 años y mantengo vigente la idea de ser el mejor en TKD para representar a mi país. Así como un día volé con la fuerza de un helicóptero que acudió a mi rescate, así volaré para estar en medio del Do Jang defendiendo los colores de mi Bandera, y la veré ondear nuevamente en lo más alto mientras las notas del Himno Nacional sonorizan mis sentidos.
El pasado puede resultar trágico pero está en mí convertirlo en positivo. Si el agua tuvo la fuerza para reclamar lo que se le ha robado, así lo tengo yo para cumplir con mis objetivos. Estoy haciendo la parte que me corresponde y sé que la recompensa llegará.



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