domingo, 23 de agosto de 2020

ENSAYO LITERARIO

MÁS QUE DE HOMBRES, LA EJERCEMOS TODOS Y TODAS

Carlos Arturo Olarte Ramos

 

En una sociedad donde existe violencia es imposible que haya democracia, más cuando se educa en la desigualdad y no en las diferencias, que posibilita el abuso del poder por parte del/a victimario/a hacia la víctima en una evidente situación transgresora a los derechos humanos. Es una realidad que empaña el esfuerzo por diseminar la cultura de la paz, atenta contra el desarrollo comunitario, y a la postre, abona a la desigualdad social que se vuelve pobreza, dependencia y marginación.

¿Qué se puede esperar de una población que es educada para mandar, para triunfar, para gobernar?, ¿qué, si el valor que se divulga es el de competir, sobresalir y llegar al éxito?, ¿qué, si nos encontramos en un sistema patriarcal que impone la fuerza, la virilidad y la masculinidad como modelos para ser significativos en esta vida? Somos un conglomerado que sigue patrones comportamentales para ser aceptados como varones y mujeres, prescripciones sociales que validan el ser masculino y femenino, invisibilizando lo que está en sus periferias o lo que les representa una transgresión al poder patriarcal, heteronormativo, falocéntrico y sexista.

La violencia es la práctica de la imposición, del abuso, del odio, del egoísmo y de la venganza; es una epidemia que arrebata tranquilidades, asesina ilusiones, tortura emociones y flagela corazones. Es derrumbar realidades que han sido construidas en terrenos vulnerables “en nombre del amor”; es el romanticismo de quien engaña, promete, lastima, sobaja y ridiculiza, de quien se dice ser omnipotente, omnisciente y omnipresente.

Las estadísticas rojas a nivel mundial reflejan maremotos humanos en lucha constante, frente a frente, para coronarse con el poder que les valide la distinción de ser alguien en este mundo. Atrás queda lo verde y lo azul para teñirse de negro, de una Humanidad cada vez más violenta y desalentadora, porque prefiere la lluvia de balas, bombas y dinamitas a la del diálogo, la mediación y la pacificación.

Lo mismo dan los gritos ensordecedores, golpes titánicos, filosos empujones, que la descortesía, la ignorancia y la omisión; tienen igual efecto negativo los insultos, las descalificaciones y las humillaciones, que los piropos, canciones y refranes que cosifican el cuerpo; es parejo el daño de la violencia simbólica a la económica, de la violencia estructural a la sexual, de la comunitaria a la autoinfligida. Finalmente, la violencia es violencia, poca o mucha, individual o masiva, es el acto transgresor a partir del abuso de poder con el que intencionalmente se provoca daño a un ser vivo; muestras hay múltiples, dadas a conocer a través de las ondas hertzianas de la radio, la imagen multicolor de la televisión, el carrete de la cinematografía, el diseño atractivo de la prensa y un sinfín de portales digitales que dan muestra de un panorama desalentador para la dignidad humana que sucumbe ante actos atroces llenos de maldad y odio.

Millones de historias de todo el orbe se entrelazan en este fenómeno social que tiene cara de violación, asesinato, estupro, secuestro, pornografía, bullying, mobbing y demás situaciones que mancillan el cuerpo, pensamiento y acción humanos. Así, personajes de la literatura universal dan muestra de una realidad que se presenta en todas las épocas: la soberbia de Edipo, quien mata a su padre en Edipo Rey (Sófocles); los viles y siniestros Infantes de Carrión, quienes mancillaron a las hijas de Rodrigo Díaz de Vivar, en El Cantar de Mío Cid (Anónimo); la infidelidad del hombre por el que La niña de Guatemala (José Martí) muere de amor; el alcohólico Jack Torrance, de El Resplandor (Stephen King), con su célebre frase: “No voy a hacerte daño, sólo voy a aplastarte los sesos. ¡Aplastaré tus jodidos sesos!”; el autoritarismo del capitán al torturar al preso político en Pedro y El Capitán (Mario Benedetti); y demás personajes que simbolizan los actos violentos. Llama la atención que la mayoría (si no es que todos) de los sujetos que pecan son varones, y ello refuerza la vinculación de la masculinidad con la violencia, por el hecho de usar el poder (constructo atribuido por y para los varones); si una de las funciones de la Literatura es lo social, evidentemente las obras reflejan que todas las épocas de la Humanidad han sido empañadas por la violencia, la cual está cada vez más normalizada entre las generaciones.

En una sociedad como la mexicana, donde la familia es símbolo de unidad (habría que preguntarnos si esa representación sigue siendo válida ante el aumento de divorcios y separaciones maritales, o bien, ante la resistencia a la soltería o a la no procreación, que inevitablemente impacta en la conformación de familia, por lo menos a la que conocemos como tradicional, o que da pauta a nuevas formas de integración familiar, como las reconstruidas, las homoparentales o las de acuerdo de convivencia entre amistades sin que haya un vínculo erótico afectivo), existe esta creencia romántica de la violencia, donde las mujeres son socializadas para resistir el poder de los varones, como parte de una prescripción social que establece el dominio masculino y la subordinación femenina; sin embargo, habría que explorar con lupa el interior de cada familia para ver las formas de macro y micro violencia que todos y todas realizan, porque no es nuevo decir que somos violentos (que a mi parecer es combinación de una historia prehispánica que tiene sangre guerrera con la constitución biológica que impulsa al ser humano a enfrentar los desafíos ambientales para lo que hace uso de la violencia). Ciertamente son los varones quienes más violentan (no es justificación, pero la estructura social obliga a los varones validar su condición masculina con este tipo de actos), pero también son violentados; evidentemente las mujeres son las más violentadas (así son construidas en la cultura mexicana), pero también ellas violentan. Es un juego de poder en las familias, cuyo interior solo sabe el cucharón que tiene la facultad de estar en el fondo de la olla.

Bien lo dijeron Rivera Aragón y Díaz Loving (2002) “El poder sobre otros seres humanos es muy complejo porque pone en juego relaciones entre individuos, los otros seres humanos pueden replicar, defenderse, huir, obedecer o desobedecer, discutir e intentar ejercer el poder sobre nosotros" (p. 18); ello entonces significa que todos tenemos ese cordón umbilical a la violencia, unos más, otros menos, pero en definitiva, todos y todas contribuimos a que no haya democracia en el espacio que compartimos.

 

REFERENCIAS

Rivera Aragón, S. y Díaz-Loving, R. (2002). La cultura del poder en la pareja. México: UNAM.