Esta es la historia con la que participé en el Concurso Nacional de
Composición Literaria sobre los Símbolos Patrios, en 2012.
DECIDÍ
VOLAR
Carar Olarmos
-Abanderada un paso al frente, ¡ya!
Lunes
22 de octubre de 2007. Todos estábamos formados en el homenaje.
-Cubrir abanderada, ¡ya!
Mi escuela se llama “Aureliano Colorado
Calles”. Yo, por ser de los más altos, estaba al final de la formación.
-Paso redoblado, ¡ya!
Silencio eminente frente al paso de la
escolta. Estaba en quinto grado y mi mente volaba: el próximo año seré yo el
comandante.
-Alto, ¡ya!
En pocos minutos uní mi voz en el Himno
Nacional, y con ello volé más: iría a
las Olimpiadas representando a mi país, y vería mi Bandera ondear en lo
más alto al ganar la medalla de oro. Eran parte de mis sueños, eran motivos
para creer…eran sencillamente, pasos para madurar.
Acababa de cumplir 10 años. Nací en
septiembre en un rincón de Tabasco, en Huimanguillo, municipio que alberga la
histórica zona de La Venta, asentamiento olmeca reconocido a nivel mundial. Ahí
están mis raíces, mi herencia familiar, mi esencia como mexicano.
Terminó el homenaje y nos dirigimos a clases.
Todo pintaba para ser una semana sin contratiempos, en una ciudad en que no
ocurren cosas extraordinarias, más allá del vaivén de la gente cuya
cotidianeidad no es hecho periodístico para ser escenario de los medios de
comunicación. Deseaba que pasara algo para que por fin estuviéramos en primeras
planas de los periódicos, o mínimo, que lo mencionaran en los cortos noticiosos
de la radio.
Por eso me propuse dar motivos para que las
cámaras voltearan a ver este espacio geográfico. Y qué mejor que aprovechar mis
habilidades en Tae Kwon Do para destacar a como lo han hecho los grandes en
eventos internacionales.
Se esperaban lluvias. Era temporada y tal
como lo decía mi abuela, “el agua no falla, somos privilegiados por Tláloc”.
Estamos acostumbrados a que llueva mucho y a que las calles se encharquen por
la ineficiencia del drenaje, del que yo he contribuido al dejar basura por
doquier.
Ya era viernes… cinco días más y estaríamos
en el “puente” del Día de Muertos. Lo esperaba con ansias porque haría un
trabajo fotográfico para la materia de Historia, relacionado con ese festejo
mexicano.
Quería todo: ser el comandante de la escolta,
ganar la medalla de oro en unas olimpiadas, que mi ciudad apareciera en primera
plana de los periódicos, hacer mi trabajo visual…todo. Soñaba, y no era para
más, todavía era un niño a punto de entrar a la pubertad. No imaginaba que
daría un giro de 360 grados.
Domingo
28 de octubre de 2007. Tal como se esperaba la lluvia hacía su aparición.
Alrededor de la una de la tarde todos estábamos encerrados. Llovía, llovía y
llovía. Me gustaba ver llover porque la tierra desprendía un rico olor y el
cielo se tornada oscuro, como llenando de melancolía el lugar. Ahhh, esos días
tan mágicos, tan agradables, junto a mi taza de café negro al pie de la
ventana.
De pronto interrumpieron la transmisión
cotidiana del canal local. Dieron aviso de la suspensión de clases, y de una
posible inundación de seguir con las intensas precipitaciones en Chiapas y
Tabasco. Mi abuela recordó lo que sucedió por allá de los 50, y mamá, lo que
vivió en 1999: el río Grijalva, que rodea a la capital de Tabasco, desbordó,
provocando numerosas pérdidas materiales. Pero eso pasó en Villahermosa, no en
Huimanguillo, así que nunca imaginé que pronto ocurriría.
Aproveché la tarde para practicar mis formas
de TKD, y el tiempo pasó acompañado del sonido del agua. Esa noche dormí
plácidamente como si fuese la última llena de tranquilidad.
Y sí, al día siguiente la alarma se apoderaba
de la gente: cientos de tabasqueños estaban en el agua, los noticieros
transmitían las múltiples zonas que sucumbían ante el fenómeno natural, y los
llamados de auxilio de la población se multiplicaban.
Ese lunes no hubo homenaje pero sí plegarias
para que dejara de llover. El pánico llegó a Huimanguillo porque también ¡se
estaba inundando! No podía creer esas imágenes en televisión: mi ciudad estaba
reflejada en las cámaras de reporteros que caminaban en busca de la noticia.
Si a Villahermosa lo rodea el Grijalva, a
nosotros nos baña el Mezcalapa. Entonces empecé a dar crédito que sí era
posible que nos fuéramos al agua porque Tláloc no cesaba, ¿qué habíamos hecho
para desatar su furia?
La tarde del 29 de octubre fue aterradora porque las casas de mis vecinos poco a
poco se llenaron de agua, y la mía empezó a poblarse al darles refugio. Inició
la batalla contra el tiempo, a subir las cosas a la segunda planta porque de
seguir con la tormenta no tardaríamos mucho en estar nadando. Fue así que las
manos se unieron para proteger lo más que se pudiera, y estar al tanto de los
cortes informativos para seguir las sugerencias de Protección Civil.
La noche fue larga, húmeda, triste…como
aquella en donde el Sol se apaga ante la fuerza de la Luna y cae eclipsado,
rendido, agotado. Así sentía el ambiente en casa, así percibía el olor, así
distinguía el color, así reconocí el sabor. Me tocó ser testigo del dolor, y
por primera vez, ceder contra el poder natural.
Y sucedió lo que se temía: el Grijalva y el
Mezcalapa salieron de su cauce, el primero inundando Villahermosa, y el
segundo, a Huimanguillo. A nivel nacional se veía el apocalipsis para esta
región y mis ojos se sorprendieron ver largas filas de personas cruzando a pie
los diversos puentes de la capital, y la inmensa fila de coches queriendo
salir. El estado era ya zona de desastre y la milicia empezó a llegar con su
plan DN-III-E.
Quedamos incomunicados, y mi casa, al igual
que las demás, eran presas del agua. El cielo del edén ya no era el mismo: su
enojo se traducía a lágrimas incesantes, como queriendo cobrar facturas
pendientes. Y no era para menos, habíamos alterado al manto hídrico que nos dio
cabida para asentar la nueva civilización, tal como los Olmecas lo hicieron
miles de años atrás.
Mamá logró guardar los documentos básicos de
identificación para refugiarnos junto a los vecinos, en la azotea de la casa.
No teníamos comida, y paradójicamente, el agua se acababa. Empecé a tomar
fotografías con mi pequeña cámara para guardar esos momentos en que parecía una
historia de terror. Sabía que esa historia terminaría, no sé cuándo, pero
terminaría porque finalmente el Sol vuelve a nacer.
Llegó 31
de octubre después de otra noche lluviosa. Había logrado dormir acurrucado
en brazos de mi abuela. Ese día llegaron por nosotros a nuestro rescate.
Helicópteros volaban de un lado a otro en busca de damnificados, y veía cómo
personas eran rescatadas hasta que nos tocó.
El sonido era imponente y el viento más. Las
águilas de acero retumbaban en mis oídos y vi descender a los militares que nos
auxiliaron. A mi abuela y a otras personas mayores las subieron y se las
llevaron. Después vinieron por mis vecinos más pequeños, y después me tocó a
mí, confiando en que la separación momentánea de mamá seria para estar a salvo.
Fue así que me tocó volar, por primera vez, en medio del agua, e imaginé que lo
repetiría, pero en otras condiciones: cruzando lo mares hacia una competencia
olímpica para darle gloria a mi país, a como los militares lo estaban haciendo
al estar rescatándonos.
Mis ojos eran testigos de cómo el agua arrasa
todo a su paso si no se le respeta, y cómo las fortalezas caen rendidas a su
cauce. Éramos hijos del agua y debíamos respetar su naturaleza. Si sabíamos que
el agua es nuestra aliada, ¿por qué despertar su furia?, era un llamado a
reconocer su grandeza.
Me llevaron a uno de los cientos de albergues
que se acondicionaron en la entidad. Vi mucha gente llorar, y no era para menos
si lo habían perdido todo o casi todo. Yo lo único que deseaba en ese momento
era ver a mamá junto a mí, y ver a mi abuela a salvo. Dos horas después lo
estábamos, protegidos por la milicia y recibiendo ayuda que llegaba sin cesar
de parte de la solidaridad mundial.
Entonces comprendí que somos nada, que en un
abrir y cerrar de ojos todo cambia. No tenía caso buscar el origen del problema
cuando en ese momento lo que importaba era rescatar la vida. Ese día empecé a
reconocer mi historia y surgió en mí la necesidad de reescribirla para hacerla diferente.
El drama aumentó en aquel refugio ante la
espalda de la suerte. La separación había sido eminente y la confusión
provocaba locuras que parecían no tener fin. Llantos por doquier saturaron la
audición y sólo tuve que mirar hacia arriba para pedir tranquilidad en medio de
la pesadilla. Tal vez era egoísta pero necesitaba serlo porque de no ser así,
sería un esquizofrénico más.
Así pasaron los días, así viví la crudeza del
“Día de Muertos” en un cementerio viviente. No requería mejor escenario que aquel
para mi fotorreportaje.
Montaron escuelitas en el albergue y gustoso
colaboré con los voluntarios. El lunes 5
de noviembre se hizo homenaje, y me tocó a mí ser el comandante, el
preámbulo de lo que sería un año después.
Oficialmente la inundación terminó el 15 de
diciembre de 2007 pero su impacto permanece. Se ha catalogado el peor desastre
que ha vivido el sureste mexicano.
Parte del tiempo perdido por la suspensión de
clases se recuperó el asistir los sábados a la escuela. Mis notas siguieron
siendo excelentes, lo que me permitió formar parte de la escolta y con ello,
lograr mi primer objetivo.
Ahora en 2012, a pocos meses de que se
cumplan cinco años de la gran inundación, me encuentro en el primer año del
bachiller. Estoy por llegar a los 15 años y mantengo vigente la idea de ser el
mejor en TKD para representar a mi país. Así como un día volé con la fuerza de
un helicóptero que acudió a mi rescate, así volaré para estar en medio del Do
Jang defendiendo los colores de mi Bandera, y la veré ondear nuevamente en lo
más alto mientras las notas del Himno Nacional sonorizan mis sentidos.
El pasado puede resultar trágico pero está en
mí convertirlo en positivo. Si el agua tuvo la fuerza para reclamar lo que se
le ha robado, así lo tengo yo para cumplir con mis objetivos. Estoy haciendo la
parte que me corresponde y sé que la recompensa llegará.